REFLEXION
Tenemos que acudir a la historia para adentrarnos en esta fiesta. Nos situamos en la primitiva iglesia, cuando sufría persecuciones. Los cristianos para orar y celebrar la eucaristía se reunían en sus casas y también en las catacumbas. Cuando cesaron las persecuciones, se construyó esta iglesia en el siglo IV, declarándola como la catedral del obispo de Roma, del Papa. Lo que llevaba consigo considerar esta fiesta como la muestra de la unión de los cristianos de todo el mundo con el Papa. De ahí que a esta iglesia de San Juan de Letrán se la llame “la madre y cabeza de todas las iglesias”.
En tiempo de Jesús, se había deteriorado el comportamiento de muchos judíos respecto al Templo de Jerusalén, convirtiéndolo en un auténtico mercado. Algo que a Jesús no les gustó, y quiere denunciarlo llegando incluso a expulsar a los vendedores y a sus animales. “Quitad esto de aquí: no convirtáis en un mercado la casa de mi Padre”.
En la línea de lo que estamos comentando, San Pablo nos recuerda una sublime verdad para todos nosotros. Nos recuerda que también nosotros somos templos de Dios. El mismo Dios habita en nuestros corazones, lo que nos da la posibilidad de tener un diálogo continuo y cercano con Él. Podemos y debemos escucharle y hablarle.
También Jesús en este evangelio nos habla del templo de su cuerpo, donde con más propiedad habita Dios. Pero Jesús no se queda ahí. Abundando en su siempre amor hacia nosotros, se hizo nuestro alimento, se hizo pan y vino en la eucaristía para que su presencia, podemos decir, la notásemos mejor: “Esto es mi cuerpo, esta es mi sangre”.
Jesús es Templo de Dios, también nosotros somos templos de Dios… lo que se ha de notar en nuestra vida. Ojalá que los que traten con nosotros lleguen a descubrir, por la vida que llevamos, que Jesús habita en nosotros y es el que impulsa todo nuestro actuar.