En aquel tiempo, uno de los comensales dijo a Jesús:
«¡Bienaventurado el que coma en el reino de Dios!».
Jesús le contestó:
«Un hombre daba un gran banquete y convidó a mucha gente; a la hora del banquete mandó a su criado a avisar a los convidados:
“Venid, que ya está preparado”.
Pero todos a una empezaron a excusarse.
El primero le dijo:
«He comprado un campo y necesito ir a verlo. Dispénsame, por favor”.
Otro dijo:
«He comprado cinco yuntas de bueyes y voy a probarlas. Dispénsame, por favor”.
Otro dijo:
“Me acabo de casar y, por ello, no puedo ir”.
El criado volvió a contárselo a su señor. Entonces el dueño de casa, indignado, dijo a su criado:
“Sal aprisa a las plazas y calles de la ciudad y tráete aquí a los pobres, a los lisiados, a los ciegos y a los cojos”.
El criado dijo:
“Señor, se ha hecho lo que mandaste, y todavía queda sitio”.
Entonces el señor dijo al criado:
“Sal por los caminos y senderos, e insísteles hasta que entren y se llene mi casa. Y os digo que ninguno de aquellos convidados probará mi banquete”».
Es palabra del Señor
REFLEXION
¡Venid, que el banquete está preparado! Con esta parábola Jesús nos enseña cómo son las relaciones de Dios con nosotros. Siempre a base de invitaciones. Y la invitación nos puede llegar a través de: un acontecimiento, de una lectura del Evangelio… de muchas maneras. La invitación de Dios siempre respeta la libertad.
Y si hay libertad, hay responsabilidad. Porque podemos decidir que nuestros proyectos son mejores que los de Dios. Y entonces, nosotros mismos nos excluimos del banquete de, de la gracia que Dios nos tenía preparada. Aún así, Dios no cambia de sistema. Lo suyo es invitar, desea tener a sus hijos en torno a la mesa de su reino.
Pero, los que entran a la sala del banquete son los pobres, aquellos a quienes no se les pasa por la cabeza que lo que ellos tienen pueda ser mejor que lo que Dios les ofrece. Dios seguirá enviando invitaciones, incluso a los que no habían respondido a la primera vez. Pero el sentarse a la mesa de Dios sigue dependiendo de nosotros. Pidamos al Señor apreciar, sobre todo lo que Él nos ofrece, los bienes de su Reino.
Fr. Carlos Oloriz Larragueta O.P.
Convento de la Virgen del Camino (León)