Cuando compramos cualquier dispositivo, o nos lo regalan, tenemos tantas ganas de ponerlo a funcionar que la paciencia no nos da para leer el libro de instrucciones y preferimos utilizar el método de ensayo-error, aunque, probablemente, tardemos más en manejarlo por completo, pero seguro que aprenderemos más que si nos leemos unas instrucciones, que básicamente sólo las entiende quien las ha escrito.
Cuando nos cuentan cómo va a ser la meteorología en los próximos días, si miramos el cielo y vemos que no van bien en las indicaciones, puede que por lo menos esté bien que demos un voto de confianza a lo que nos dicen, porque ya hemos comprobado que todo puede cambiar en un momento y perdamos el control de la situación.
Llegamos al final del año litúrgico, nos aproximamos al final del año, hacemos balance y probablemente seamos conscientes de lo que nos ha hecho frenar, lo que nos ha ayudado a avanzar, lo que nos ha hecho caer y las manos que estuvieron para acogernos y ayudarnos a levantar. No podemos quedarnos únicamente con lo que nos ha hecho daño, porque nos estancaríamos y no seríamos capaces de disfrutar de todo lo que nos rodea; tampoco con todo lo positivo, ya que nos nubla la capacidad de estar alerta ante las posibles dificultades que se nos presentan. Hay que saber prestar atención a lo que vivimos, aprender de los errores y de los aciertos, mejorar la que no nos ha salido bien y lo que nos ha dado seguridad, dando gracias por todo lo que hemos aprendido durante el camino.
¿Tienes los ojos bien abiertos? ¿Mantienes viva la esperanza? ¿Miramos al cielo buscando respuestas?