Es palabra de Dios
REFLEXION
Vivir para la hora establecida por el Padre. No adelantar ni atrasar nada, sino realizarlo todo en plena sintonía con la voluntad del Padre. En días pasados, un lector asiduo de los comentarios que se ofrecen en este medio me decía: es bueno que pongan ejemplos. Me hizo recordar a San Vicente Ferrer que señalaba a un amigo suyo: cuando prediques, pon ejemplos para que los que te escuchan se puedan identificar con alguno de ellos.
Los versículos del capítulo 17 del evangelio de San Juan, nos presentan a Jesús, antes de comenzar su Pasión, elevando una oración en favor de los que tiene a su lado: Te ruego por ellos..., por estos que tú me diste. Con todas sus debilidades, los conoce bien, por eso los tiene presentes en ese momento, porque están expuestos a una dura prueba y la flaqueza humana, precisa de este auxilio. Considero que así ruega por nosotros. Conoce nuestras debilidades y la buena voluntad que tenemos. También nuestros miedos cuando todo se complica. La vida humana es complicada. Somos conscientes de ello. No hace falta señalarlo a cada uno, sino invitar a reconocerse débiles y necesitados de este auxilio que Jesús ofrece y buscarlo.
Nos ha dado su palabra. Una palabra comunicadora de vida, de aliento, rica en enseñanza y poderosa para sostener a quien la recibe. No olvidemos que la promesa del Espíritu, permite a los que le reciben, recordar sus enseñanzas y avanzar en el conocimiento de lo enseñando. Usa tu memoria y tu entendimiento. Recuerda lo que él te ha enseñado y profundiza aplicando tu entendimiento. Verás entonces que tu voluntad renovada por él se adhiere, naturalmente a la verdad conocida.
Esa tarea la tienes que hacer tú. Nadie puede hacerla por ti, porque solamente tú conoces lo íntimo de ti mismo. Recuerda: “Yo les he dado tu palabra”. Y en esa palabra había vida y esa vida es la luz que alumbra a todo hombre que viene a este mundo.
“No solo por ellos ruego, sino también por los que crean en mí por la palabra de ellos, para que todos sean uno, como tú, Padre, en mí, y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado”.
Aquí estamos presentes nosotros, que hemos creído en el testimonio apostólico. No solamente hemos dicho que sí, sino que hemos sido introducidos en la unidad: ser unos como él y el Padre son uno. Ser perfectamente uno. Cultivar la unidad. Cuando hay tantos motivos y ocasiones de disensión, de desencuentro, de ruptura de la comunión, considerar que no hay mayor bien que la unidad que Jesús quería y que toca hacer posible, desde la comunión con él, a todos los que le siguen con un corazón renovado y una mente abierta.
¿Cómo resuena en mí esta oración de Jesús en la noche de su Pasión?