Siguiendo el hilo conductor que nos presenta la primera lectura aterrizamos en el evangelio de hoy con la misma realidad la fe y las acciones, que vienen a hacer referencia del tipo de Dios en el que creemos. Para ello, podemos hacer un tipo de tabla comparativa en el que podemos poner de relieve los ídolos frente al verdadero Dios providente. De este modo, comprenderemos mejor la Palabra de Dios y la profundidad que nos quiere presentar. Para hablar de fe y de seguimiento debemos hilar fino. El verdadero ser del discipulado lleva una exigencia y una coherencia determinada, no valen los paños de agua caliente.
Por un lado, se nos presenta al dios dinero y una cierta preocupación por lo inmediato: vestido y alimento, que nos puede llevar a despistarnos de la profundidad del seguimiento como discípulo y darle el corazón a los ídolos. Evidentemente que necesitamos una serie de cosas materiales para la vida, sin embargo, de eso no habla el texto. Si recordamos los tiras y aflojas del «Pueblo elegido» a su paso por el desierto, van demandando a Dios cosas: comida, agua… Y llega un momento en el que no quieren reconocer a Dios en sus vidas: «Pronto se han desviado del camino que yo les había señalado. Se han hecho un becerro de metal, se postran ante él, le ofrecen sacrificios y proclaman: “Este es tu Dios, Israel, el que te sacó de Egipto”» (Ex 32,8). Darle el corazón al ídolo y manifestar que ha sido un becerro que come hierba el que ha hecho la acción de darles la libertad. Dios queda relegado a otro plano no interesa.
En la otra columna de la tabla aparece el Dios providente. El Dios creador, de la vida, la belleza, el bien y amor. Para hablarnos de esa profundidad que necesitamos oir. Del sentido que tiene que tener nuestra vida en estos momentos tan combulsos por los que estamos pasando. La vida unida al sustento al alimento del que nos hace referencia la idolatría. ¿Solo necesitamos pan material en nuestra vida? Jesús le dice al tentador: «Está escrito: “No solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios”» (Mt 4,4). La respuesta es bastante clara, el deseo que tenemos de sentido cuando el alma grita buscando un rayo de luz en medio de tanta oscuridad solo la proporciona el Dios de la vida. La ansiedad que se genera en nuestro interior cuando no vemos el horizonte claro o nos visita la enfermedad solo alcanza sentido si estamos centrados en el Creador.
No andéis agobiados buscando con qué os vais a vestir o tratando de añadir unos segundos de vida al reloj de tiempo. Vuestro Padre que es providente al inicio de la creación revistió de belleza todo el escenario creado. Las aves del cielo, los lirios del campo. Y al ser humano que lo cubrió con un manto mucho más hermoso que al resto de las criaturas que salieron de sus manos. A este le dio la categoría de ser imagen. De ser Hijo de Dios. A este ser humano le toca en suerte reconocerse como hijo amado de Dios y tratar de sembrar en este mundo las semillas del mandamiento nuevo que nos hablan del Reino del amor y su justicia en medio de tanto sin sentido.