En el último capítulo del Evangelio de San Juan tenemos a Pedro confesando su fe y su amor por Jesús, que le encomienda la misión de apacentar.
El Evangelio narra la tercera aparición de Jesús a sus discípulos, a quienes encuentra trabajando, pues habían pasado la noche pescando en el lago de Tiberiades. El mensaje es una invitación a avanzar hacia una fe más firme y comprometida, para que cada encuentro con Cristo sea el recorrido diario de nuestra vida, en la Eucaristía, en la oración, en la familia, en el trabajo; una fe que, previa a la solemnidad de Pentecostés, se manifiesta en nuestra vida y en nuestras obras.
Jesús afirma el conocimiento profundo que tiene de Pedro, pues sabe que le ama y le otorga la misión de apacentar a las ovejas y a los corderos; no hay reproches ni recuerdos del pasado sino una mirada hacia el futuro y una confianza plena.
La resurrección de Cristo es un misterio de fe y todos nosotros estamos llamados a dar testimonio con nuestra propia vida, aunque las consecuencias no sean fáciles, como vemos que les sucedió a Pedro y a Pablo.
En la oración cristiana invocamos al Dios revelado en la historia de la salvación y entramos en relación con Él mediante la fe; tanto para Pedro como para Pablo hay una fuerte invitación a amar con todo el corazón a Cristo y una llamada a ser testigos de su resurrección.
Celebramos en la Iglesia los mártires cristianos de Uganda, Carlos y sus compañeros, canonizados por san Pablo VI en su primera visita a África en 1964; para ellos, que sufrieron la persecución y el martirio, su vida fue una entrega al amor de Jesucristo y su respuesta como testigos del Resucitado.
Decimos que la sangre de los mártires es semilla de nuevos cristianos y en este día pedimos que el campo de la Iglesia produzca continuamente una cosecha abundante de testigos de Cristo, y con el salmo y con todo nuestro ser, pedimos también saber bendecir el santo nombre del Señor.