Es palabra de Dios
REFLEXION
La solemnidad de mañana, Sagrado Corazón de Jesús, hace que los responsables de la Liturgia adelanten la fiesta de san Juan Bautista al día de hoy, 23 de junio.
Te hago luz de las naciones
La lectura hace alusión a la llamada de Dios cuando el ser humano está aún en el seno materno. San Lucas señala cómo el niño que está en el seno de Isabel reacciona ya ante la presencia de María portando a su vez en su seno a Jesús. Se suele interpretar como el momento de santificación de Juan. Por eso celebra la Iglesia su nacimiento, cuando lo que se suele celebrar en los santos es el momento final de la vida, el nacimiento a otra vida. Sobre todo, si son mártires, como lo fue Juan Bautista. La misión de este niño es ser “luz de las naciones”, anunciar la salvación universal, “hasta el confín de las naciones”. La luz que aportó Juan fue la que permitió descubrir a Jesús, el verdadero salvador, la referencia universal de la salvación.
Predicó a todo Israel un bautismo de conversión
La lectura recoge un discurso de Pablo que también habla de mensaje de salvación. Juan Bautista es quien “predicó a todo el pueblo un bautismo de conversión”, quien proclama la realidad salvífica de quien es superior a él, que señala con la expresión que recogerán los evangelistas. “no soy digno de desatarle las sandalias”.
La mano del Señor estaba con él
El texto recoge el acontecimiento del nacimiento de Juan, que es, como he indicado, lo que se celebra. Pero apunta a lo esencial “la mano de Dios estaba con él”. Junto a la “mano de Dios”, Juan pone lo que le corresponde de su parte. Así nos dice que “vivió en el desierto hasta que se presentó a Israel”. El texto evangélico no pertenece a los que nos hablan de la misión de Juan: como voz que anuncia a la Palabra, precursor que anuncia al Enviado, quien bautiza con agua, pero no “con Espíritu Santo y fuego”. Es resumen a “quien es más fuerte que yo”, según su propia confesión.
La liturgia quiere resaltar más bien que quien nace es un elegido de Dios, para la gran misión de anunciar a quien salvará la humanidad. Para ello se fue al desierto para fortalecer su carácter, darse tiempo a la oración, a la reflexión, llevar una vida sobria, austera, a distancia del vivir público, bajo la forma de “vivir en el desierto”. Juan en palabras elementales, nació -no fue concebido, pero sí nació-, santo; pero no se le dio todo hecho, tuvo que forjar su carácter, descubrir su misión, la razón de su existir en la oración y la reflexión. Para así situarse ante quien va a anunciar y proclamar como el verdadero salvador.
Nosotros continuamos la labor de Juan: hacer presente a Jesús en nuestro mundo, su persona, vida y evangelio. Huir de predicarnos a nosotros mismos, sino a él. Algo de lo que advertía ya san Pablo.
Necesitamos para ello tiempo de oración, reflexión; vivir en nuestra sociedad sin dejarnos envolver por la aceleración de procesos, de la búsqueda de la satisfacción inmediata, o entregados a una actividad que no contrastamos en nuestro interior a la luz del evangelio; dejándonos a arrastrar por lo prescindible, a costa de no dar tiempo a lo imprescindible que conforma nuestro ser humano, cristiano. Necesitamos desierto para descubrir el proyecto de Dios sobre cada uno y saber con audacia mostrar a Jesús en nuestro mundo. Como Juan Bautista hizo en el suyo.