Bernabé fue quien llamó a Pablo para el ministerio de la evangelización y fue durante un tiempo uno de sus grandes colaboradores. Es un cristiano de la primera hora, lleno de fe y del espíritu de Dios, un evangelizador incansable y un creyente de amplios horizontes que se atrevió a soñar una Iglesia en la que se viviera la unidad.
Siglo I
Era un judío originario de la isla de Chipre. Afincado en Jerusalén, ejercía el ministerio de levita. Fue uno de aquellos servidores del templo que se unieron a la comunidad de los discípulos de Jesús. Su verdadero nombre era José, pero los apóstoles le dieron el sobrenombre de Bernabé, que significa: «hijo de la exhortación», y según otras tradiciones «hijo de la consolación». En realidad, ese nombre debería traducirse por «hijo de la profecía». De él se nos cuenta que poseía un campo, que lo vendió y entregó a los apóstoles el dinero conseguido con aquella venta. Bernabé se convierte, por tanto, en un ejemplo del espíritu de comunicación de bienes que animaba en Jerusalén a la comunidad de los hermanos (cf. Hch 4, 36).
Bernabé y Saulo en Antioquía
uando los judíos tomaron la decisión de matarle, Saulo huyó de la ciudad y llegó a Jerusalén. Allí fue recibido con recelo por los miembros de la comunidad que él había perseguido. Precisamente en ese momento intervino Bernabé para presentarlo a los apóstoles y contarles cómo Saulo había visto al Señor en el camino y cómo había predicado con valentía en Damasco en el nombre de Jesús (Hch 9, 27). También en Jerusalén proyectaron matarlo, esta vez los judíos helenistas, pero los hermanos, al saberlo, acompañaron a Saulo a Cesarea del Mar y le hicieron marchar a Tarso (Hch 9, 27.30).
Y allí habría permanecido Saulo si Bernabé no hubiera intervenido de nuevo. El libro de los Hechos de los Apóstoles nos hace ver la vitalidad de la comunidad de Antioquía. Era ésta la tercera ciudad del imperio y capital de las regiones del Oriente. Había allí algunos chipriotas y cirenenses que hablaban también a los griegos y les anunciaban la Buena Nueva del Señor Jesús. Aquella predicación tuvo un éxito sorprendente (Hch 11, 21-26). […]
Tras la muerte de Herodes, Bernabé y Saulo volvieron a Antioquía, una vez cumplido su ministerio en Jerusalén. Esta vez traían consigo a Juan, por sobrenombre Marcos, sobrino de Bernabé (cf. Hch 12, 25).
El primer viaje misional
No habrían de permanecer mucho tiempo en aquella ciudad. Les aguardaba un amplio horizonte de evangelización que ya se venía vislumbrando desde hacía tiempo. La decisión de partir hacia Chipre seguramente se debe a razones personales de Bernabé. Sus padres habían vivido en aquella isla y sin duda esperaba encontrarse en ella con la ayuda de parientes y conocidos. […] Una vez recorrida la isla, Pablo y sus compañeros se hicieron a la mar en Pafos y regresaron al continente. Llegaron al puerto fluvial de Perge de Panfilia. […] Pablo y Bernabé decidieron subir a la meseta y llegaron a Antioquía de Pisidia. De la antigua ciudad, atravesada por la calzada que, partiendo de Éfeso, conducía hacia el Oriente, apenas nos quedan unos pocos arcos de un acueducto romano. El sábado los dos viajeros entraron en la sinagoga y, tras la lectura de la ley y los profetas, Pablo aprovechó la invitación que se le hizo para anunciar a Jesucristo con un discurso que resume los temas habituales de su predicación. La intervención en aquella liturgia del sábado tuvo un cierto éxito, de modo que los judíos más ortodoxos se enfrentaron violentamente a los misioneros. Aquél fue un momento importante para la nueva orientación evangelizadora (Hch 13, 46-52).
Antioquía de Pisidia debería ser para los cristianos venidos del mundo pagano un punto de referencia y de peregrinación espiritual. El rechazo de los judíos al Evangelio se convirtió en motivo de alegría y esperanza para los griegos y para todos los que les habrían de seguir en el camino de la fe.
Caminando hacia el Este, llegarían a Iconio. Una pequeña iglesia nos recuerda al paso de Pablo por aquella ciudad. Allí se detuvieron bastante tiempo. Ante su predicación, de nuevo se dividieron los ciudadanos: unos a favor de los judíos y otros a favor de los apóstoles. Ante el motín que se formó, Pablo y Bernabé huyeron a las ciudades de Licaonia, en concreto a Listra y Derbe y sus alrededores, para anunciar la Buena Nueva. […] Predicaron en Perge, y se embarcaron en Atalía para regresar a Antioquía, de donde habían partido. 'A su llegada reunieron a la Iglesia y se pusieron a contar todo cuanto Dios había hecho juntamente con ellos y cómo había abierto a los gentiles la puerta de la fe. Y permanecieron no poco tiempo con los discípulos, (Hch 14, 27-28). Pablo y Bernabé son conscientes de que la misión no les pertenece. Habían sido enviados por la comunidad. A ella retornan para dar cuenta de lo que han predicado y de cómo les ha acompañado el Espíritu de Dios.
Cuando la asamblea hubo escuchado a Bernabé y a Pablo contar todas las señales y prodigios que Dios había realizado por medio de ellos entre los gentiles, Santiago tomó la palabra para apoyar la opinión de Pedro. Se acababa de dar un paso gigantesco. No se trataba sólo de apoyar una opinión «aperturista». Se reconocía que el camino cristiano no era simplemente una forma de vivir el judaísmo. Jesús había aportado una novedad definitiva. Y la salvación no se adquiría por medio de las obras prescritas por la Ley de Moisés, sino por la fe en el Mesías Jesús.
Ésa era la doctrina predicada y la actuación seguida por Bernabé y Pablo. Por eso decidieron los apóstoles y presbíteros enviarlos de nuevo a Antioquía acompañados por Judas, llamado Barsabás, y por Silas, que eran dirigentes entre los hermanos. Ellos serían los portadores de la decisión de aquel primer «concilio» (Hch 15. 23-29).
La representación artística más antigua que conocemos de San Bernabé se encuentra en el friso de los apóstoles en el mosaico absidal de la basílica de San Pablo Extramuros, de Roma (siglo V).
José-Román Flecha Andrés