Es palabra de Dios
REFLEXION
A lo largo del capítulo 8, el evangelista narra varios milagros de Jesús y, en medio de estos relatos, habla sobre las condiciones para los que quieran seguirle. El texto de hoy, describe un momento de especial peligro que viven los discípulos, a la intemperie, en medio de una tempestad. Seguir a Jesús supone riesgo, incluso de la propia vida, supone inseguridad y se despiertan los miedos más profundos y los más naturales, la fe se tambalea y se descubre muy frágil. Lo más duro, quizás, es esa sensación de estar abandonados a nuestra suerte, hasta el mismo Maestro está dormido e indiferente a la situación tan temible.
Es muy fácil también caer en la trampa de creer que seguimos a Jesús cuando tenemos éxito, nos sentimos satisfechos y seguros por lo logrado, el buen nombre, nos respetan e incluso admiran. Nos acomodamos muy fácilmente. Pero las inclemencias y nuestros límites están ahí, e irrumpen. Y descubrimos que Jesús se nos ha dormido en el alma ¡quizás hace tanto tiempo ya, que no contábamos verdaderamente con Él!
Hay un antes y un después en este relato. En medio de esa tempestad tan tremenda, los discípulos despiertan a Jesús, él les cuestiona su miedo y poca fe, y restablece la calma en el mar. Despertar a Jesús es clave, es esencial para seguirle verdaderamente, y continuar, que vuelva a ocupar el centro de nuestro ser, de nuestra vida, de nuestras comunidades de fe, de nuestras instituciones y nuestra Iglesia. Sabemos que supone un proceso de humildad y sinceridad, que nos va a cuestionar y contrastar, que nos purificará. Pero nos abrirá a su vez a la admiración y al asombro, a redescubrirle, a ser testigos de quién es y de qué es capaz “¿Quién es este, que hasta el viento y el mar le obedecen?”.