Es palabra de Dios
REFLEXION
La recomendación de Jesús es clara: quiere que en nuestra oración no falte la dimensión de petición. Una oración que ha de fundamentarse en primer lugar en la confianza en Dios-Padre, que no puede negar lo que su hijo pide.
Pero se funda en otro aspecto esencial: que lo que pidamos sea bueno, que no pidamos piedras, o serpientes o escorpiones. Y esto no es tan fácil. ¡Cuántas veces en la oración se pide, por ejemplo, lo que creo que a mi me beneficia, aunque sea perjudicial para el otro! Cuando los dos, el otro y yo, somos hijos de Dios. O pedimos algo que no está en la línea de auténtica respuesta a la condición cristiana o a nuestra perfección como ser humano… A veces no sabemos lo que pedimos, como los hijos del Zebedeo cuando piden a Jesús estar a su derecha e izquierda. San Pablo dice en la carta a los Romanos que necesitamos que el Espíritu Santo nos diga qué tenemos que pedir. Quizás por eso, de modo sorprendente, el texto evangélico lo que promete que Dios nos dará como a hijos es “el Espíritu santo a quien se lo ha pedido”.
Antes de pedir algo en la oración será conveniente que ante todo el Padre nos envíe el Espíritu Santo para saber qué hemos de pedir. Esto sitúa la oración de petición en un ámbito que no es el normal. No se trata solo de pedir al Padre, sino de entender que es una petición que brota del Espíritu Santo.
¿Nos sirve esta consideración, con claridad evangélica, para saber orar? No podemos cansarnos de pedir que Dios no enseñe a orar, como le pedían los discípulos a Jesús. ¿Es esa nuestra petición esencial?