Es palabra de Dios
REFLEXION
La parábola del buen samaritano, un paso más en el camino, un paso más en la catequesis. Jesús hablaba del gran mandamiento: el amor a Dios y al prójimo.
La ley ya contenía esta enseñanza “Amarás al Señor tu Dios, con todo el corazón, con toda el alma, con todas las fuerzas” y “amarás a tu prójimo como a ti mismo”. El mismo Jesús declaraba que haciendo eso tendrían vida. La cuestión es saber quién es mi prójimo. El judío distingue entre prójimo y extraño, es decir, personas que para él no son prójimo. Jesús lo va a aclarar con una parábola.
Prójimo es cualquier persona que está al lado de quien necesita ayuda. Prójimo es aquel que se aproxima al necesitado. En esta parábola lo va a descubrir un escriba. La noción de prójimo va a romper las fronteras de una raza, de un pueblo, de una religión.
Esta parábola es dura y tuvo que herir los oídos de los judíos. Los detalles son importantes. En primer lugar, Jesús habla a judíos y quien actúa bien, como prójimo, es un samaritano. Los samaritanos eran considerados como excluidos de la sociedad, impuros según la ley, e inferiores. Por otro lado, el sacerdote y el levita, con su actitud, no hacen sino cumplir la letra de la ley. No podían tocarlo, pensando que se trataba de un cadáver. Por eso, dan un rodeo y se alejan.
Aquí se oponen claramente legalismos y amor y Jesús defiende este último. La enseñanza es clara, no existen leyes o normas morales o sociales que permitan una desatención al necesitado. El amor ha de ser la norma suprema de nuestra conducta.
Jesús cambia la primitiva pregunta del letrado: ¿quién es mi prójimo? Orientándola hacia su verdadero sentido; ¿Cuál se hizo prójimo del herido? Ya no se puede determinar jurídicamente quién es el prójimo, como quería el letrado. Ahora depende de nosotros mismos saber quién es el prójimo.
¿Estamos dispuestos a hacernos prójimos de quién nos necesita?