El creyente accede por la fe a una sabiduría superior que es el conocimiento de Dios. Para la comprensión de las cosas de Dios, según Jesús, la gente sencilla tiene ventaja incluso sobre los mismos teólogos, si éstos son tan sólo sabios autosuficientes, poseídos de orgullo doctrinal. Dios prefiere a los humildes y sencillos de corazón -sean sabios o ignorantes-, que, vacíos de sí mismos, se le confían plenamente.
De por sí y automáticamente, no cree más el que es más sabio, el que más teología y Biblia conoce o el que pertenece a una élite religiosa; ni tampoco está incapacitado para creer y entender a Dios el inculto e ignorante, o el que está en el último peldaño de la escala social. Se explica así el que gente sencilla, de cortos alcances intelectuales, pero de una gran fe, comprenda vivencialmente a Dios e intuya su voluntad más certeramente que algunos investigadores de lo divino.
La fe es una clase especial de sabiduría, pues no es ciencia, sino creencia por don de Dios. Santa Teresa de Ávila reconocía no tener estudios de teología por Salamanca y, sin embargo, alcanzó de Dios tal sabiduría espiritual que es doctora de la Iglesia. Naturalmente, si se unen fe y ciencia, sabiduría y humildad de espíritu, como fue el caso de santo Tomás de Aquino, estaremos en la situación ideal y más ventajosa.