Es palabra de Dios
REFLEXION
El ponerse de rodillas ha venido a ser una postura típica de los creyentes ante Dios. Un modo de orar que Pablo siente con humildad e intensidad a la vez. Se pone de rodillas ante el Padre de nuestro Señor Jesucristo. Recalca así el hecho de que Dios es Padre, es “el Padre”, de quien toma nombre toda familia.
Vemos que la primera necesidad de un creyente es fortalecer y robustecer el hombre interior. Es el Espíritu Santo, que mora en nuestro interior, el que provoca un cambio desde dentro hacia fuera. Pablo entiende que el cristiano tiene que abrir su corazón y dejar que el Señor habite en él, pero no como huésped, sino como propietario, de forma definitiva. Pero solamente un hombre que haya fortalecido su ser interior será capaz de rendir su corazón a Dios. Por tanto, lo primero a observar es que el arraigo y cimentación en el amor es lo que nos va a permitir comprender el amor de Dios. Como tenemos comunión con Cristo que mora en nosotros, tenemos una experiencia viva de ese amor, pero aquellos que se empeñen en tener a Cristo en el corazón como un huésped, en realidad no experimentarán nunca el amor de Cristo sino de una forma esporádica y poco edificadora. Sólo siguiente este itinerario se puede llegar a la meta “ser llenos de toda la plenitud de Dios”.
Pablo no puede por menos que atribuirle gloria al Padre, es decir, resaltar la manifestación de lo que Él es, y su correspondiente reconocimiento por todo lo creado. A Él le es dada la gloria que se manifiesta en la Iglesia y en Cristo como centro y vehículo principal del plan de salvación.
Ese Jesús que hoy sorprende con sus palabras. No parecieran estas palabras de Aquel en el que continuamente buscamos calma, regocijo, consuelo…Paz, en definitiva. Lo que ocurre es que sus palabras son contrarias a lo que el mundo propone. Alinearse con lo que Jesús nos dice, enseguida te marca como loco y extraño en esta sociedad; no se entiende, no entra dentro de esa felicidad de consumo rápido y accesible. Sí, también nosotros, los que hemos sido llamados por Jesucristo, chocamos con nuestra propia debilidad y a menudo nos vemos cruzando la línea, situándonos en el lugar que tan a menudo criticamos.
Seguir a Jesús, significa en muchos casos incomodar, denunciar, ir a contracorriente de lo establecido, y también de lo que nos apetece, porque también nosotros somos del mundo y se nos pide renunciar a lo que nos vuelve ciegos. Jesús se sentía portador del fuego purificador y de la presencia del Reino. El Evangelio no sabe de parentescos, no se impone a los individuos. Declarar que el Evangelio es a toda costa un vínculo para unir a todos sería una falsedad. Ser testigo es estar dispuesto a emprender la batalla de la incomprensión y la indiferencia empezando por los de nuestra propia casa. Por todo ello, mejor aceptar estos riesgos sin llevarnos a engaño.