Es palabra de Dios
REFLEXION
En un abrir y cerrar de ojos, el mundo ha cambiado. Es como si todo hubiera ocurrido en una hora. El Apocalipsis se lee casi como un informativo sobre el fracaso de la civilización. La caída de Babilonia es una forma simbólica de describir el fin del mundo. Babilonia representa al mundo contra Dios. Los mercaderes de la tierra lloran y se lamentan por ella, porque nadie compra sus mercaderías. Los que se enriquecieron a costa de ella, se pararán lejos a causa del temor del tormento, lamentándose. Es el reinado de la oscuridad, ya no hay luz que pueda iluminarla.
Es difícil pasar por alto los paralelos entre la crisis presente y el fin del mundo tal como lo describe Juan en este capítulo. Lo que estamos presenciando en estos momentos históricos debería recordarnos el fin. Es como el preestreno del fin. Lo que estamos experimentando ahora mismo es, a pequeña escala, la versión de los juicios que Dios derramará en los últimos días. Dios juzga continuamente al mundo pero deberíamos esperar que ese juicio vaya en aumento a medida que nos aproximamos al regreso de Cristo. Sus juicios como los dolores de parto se hacen más frecuentes, más intensos, dolorosos.
El mensaje actual es claro. Habrá un final. Llegue antes o después, vendrá de manera inevitable. Esta catástrofe global es el presagio más duro de ese día y es una misericordiosa advertencia de Dios que llama al hombre a arrepentirse y confiar en Cristo para que se salve mientras todavía sea posible.
Probablemente el temor se apoderó de los oyentes al escuchar semejantes perspectivas de ruina y devastación en los labios de Jesús. Nosotros también podemos sentir ese temor e inseguridad. Si deseamos paz y quietud en nuestra vida, debemos confiar. La vida en esta tierra significa un tiempo de preparación, una oportunidad para conocer a Cristo, con quien esperamos pasar la eternidad.
Jesús quiere corregirnos de ese deseo, a veces insaciable, de saber lo que vendrá y cómo será. Lo que nos enseña o nos quiere remarcar, es la actitud que tendremos que tener cuando esto pase, si nos toca vivirlo, porque además no lo sabemos. Habla de tres cosas muy concretas: ánimo, levantar la cabeza y liberación. Parece irónico que después de tanto desastre se nos invite a tener ánimo. Esta actitud sólo la puede tener aquel que tiene los pies bien puestos sobre la tierra, pero al mismo tiempo los ojos y el corazón en el cielo, simbólicamente, solo el que tiene su corazón anclado en la vida que vendrá, pero con esperanza. Es el ánimo que proviene de la fe, solo el que cree puede pensar y sentir así, el que tiene la certeza de que la palabra de Dios es verdad y jamás defrauda. El ánimo en estas situaciones es de alguna manera un indicador de la fe. ¿Decimos que creemos y nos desesperamos?. Si ante la posibilidad del fin perdemos la esperanza es porque nuestras certezas están atadas con criterios demasiado humanos. Muchas veces tenemos la fe atada a un alambre. Cuando llega la prueba, ahí es donde se comprueba verdaderamente dónde está atada nuestra fe.
Pidamos ese ánimo que nos impulsó a levantar la cabeza, un alma alegre para estar dispuestos y preparados a lo que venga, sabiendo que nada se escapa de las manos de nuestro Padre.