Es palabra de Dios
REFLEXION
Sentado al lado del camino por donde pasa Jesús está un ciego. Se trata de un hombre que conoce muy bien lo que es el dolor de la vida y el rechazo de la sociedad.
Jesús pasa por allí, camino de Jerusalén. Paradójicamente, es el ciego el que llega a “ver” quién es Jesús, el Mesías. Y esa luz interior del hombre que tiene fe le impulsa a gritar cada vez con más fuerza e insistencia, ¡ten compasión de mí! Esta actitud provoca dos reacciones; la repulsa de la gente a quien molestan los gritos que piden ayuda y el interés y acogida de Jesús que ha venido a salvar a los hombres.
La pregunta de Jesús parece ingenua, ¿qué quieres que haga por ti? ¿Qué puede desear ardientemente un ciego, sino ver? Pero este hombre, que pasaba todos sus días pidiendo unas monedas para poder vivir tiene fe en Jesús, cree que Él le puede dar más, porque es Dios, y por eso se atreve, confiado, a pedirle la vista. La misma súplica: “Señor, que vea otra vez” es un acto de fe. Y esa fe le cura, y con la curación, la salvación entra en él. Sigue a Jesús, camino de Jerusalén, alabando a Dios.
Si Jesús se presentase a nosotros ahora, preguntándonos lo que queremos de Él, ¿cuál sería nuestra petición?, ¿algo que también un poderoso de la tierra puede darnos, o bien lo que sólo Dios puede otorgar? Y, sin embargo, la fe nos dice que no es necesaria la presencia física de Jesús de Nazaret para obtener de Dios todo lo que le pedimos.
¿Cuál es para ti la mayor felicidad?
¿Qué le pedirías a Jesús si hoy se presentase y te preguntara qué quieres de Él?