Es palabra de Dios
REFLEXION
En algunas ocasiones eso de ser “ciudadanos del cielo” que nos recordaba la primera lectura de hoy se ha podido entender como un pasar por la tierra a dos palmos del suelo. Un modo de estar en el mundo con la cabeza gacha y rostro impertérrito. Una existencia demasiado centrada en una mal entendida resignación que acepta lo que llega y lo que hay sin ningún tipo de filtro ni reacción: será voluntad de Dios. Lo cierto es que pocas veces se habrá oído hablar de Jesús como hombre astuto y menos aún encontraremos en las biografías de los santos una oda a su perspicacia. Pero Jesús, además de invitarnos a cargar con la cruz, también dice: “sed, pues, astutos como serpientes y mansos como palomas” (Mt 10, 16). Y en el pasaje de hoy alaba la astucia del administrador, aunque no su injusticia[1]. Porque no es lo mismo dejarse quitar la vida que entregarla libremente; no es lo mismo el amor gratuito que la ingenuidad; no es igual guardar silencio por prudencia que por miedo como no es lo mismo regalar que dejarse robar, y así un largo etcétera que no por evidente es menos frecuente. Hoy la Palabra nos invita a equilibrar nuestra actitud cristiana con un toque de astucia, no para las cosas del mundo, sino para las de Dios. No se trata de usar la lógica del mundo mientras se aspira a cosas terrenas. No es una invitación a la mundanidad. En realidad, es una exhortación a implicarse con el mundo en el que vivimos y del que formamos parte para ganar almas para Cristo. Adquirir suficiente conocimiento del lenguaje, la lógica y los criterios de quienes caminan con nosotros y a quienes vamos a predicar el Evangelio. Es astuto san Pablo cuando predica a los griegos en Atenas, partiendo del “altar al dios desconocido” (Hch. 17, 23) y más todavía cuando divide a su tribunal para poder salir con vida del juicio (Hch. 23, 6-11). Algunos de nosotros hubiéramos cerrado los ojos y acogido la sentencia sin más, confundiendo cristiana resignación con estéril pusilanimidad. Pero él vive para anunciar la Buena noticia y esa será la clave de su aceptación cuando toque acoger el martirio como testimonio supremo; o de su astucia para salir indemne cuando toque predicar. Astucia evangélica es lo que demuestra cuando dice: “me hecho todo a todos para salvar a toda costa a algunos” (1 Co 9, 22). Sin embargo, en nuestro ser apóstoles, en nuestro ser ciudadanos del cielo, con frecuencia falta esa pizca de sagacidad, de atrevimiento, de inteligencia convencida y audaz cuando se trata de dar testimonio. Y si nos falta astucia para las cosas de Dios, cabe preguntarse si no será por un defecto de pasión en lo que hacemos más que por un exceso de virtud en nuestra evangelización. “Ciertamente, los hijos de este mundo son más astutos con su propia gente que los hijos de la luz” ¿En qué circunstancias de mi vida me estoy evadiendo de dar un testimonio más valiente? ¿Puede que esté pintando de aceptación lo que en realidad es cobardía? ¿Hay algún ámbito en mi vida cristiana que está llamado a dar más fruto si me implicara astutamente un poco más? [1] Nota de la Biblia de Jerusalén al versículo 8: «Según la costumbre entonces tolerada en Palestina, el mayordomo tenía derecho a autorizar préstamos de los bienes de su amo y, como no percibía sueldo, a resarcirse aumentando en el recibo la cantidad prestada, para que en el reembolso pudiera beneficiarse de la diferencia como de un excedente que representaba su interés. En el caso presente, sin duda no había prestado en realidad más que cincuenta medidas de aceite y ochenta cargas de trigo; al rebajar el recibo a su cantidad real, no hace más que privarse del beneficio ciertamente usurario, que había negociado. Su “injusticia” no está pues en la reducción de recibos, que no es más que el sacrificio de sus intereses inmediatos, hábil maniobra que su amo puede alabar, sino más bien en las malversaciones anteriores que ha motivado su despido». |