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EVANGELIO MIERCOLES 02-11-2022 SAN JUAN 11, 17-27 XXXI SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO






 Cuando Jesús llegó a Betania, Lázaro llevaba ya cuatro días enterrado. Betania distaba poco de Jerusalén: unos quince estadios; y muchos judíos habían ido a ver a Marta y a María para darles el pésame por su hermano.

Cuando Marta se enteró de que llegaba Jesús, salió a su encuentro, mientras María se quedó en casa. Y dijo Marta a Jesús:
«Señor, si hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano. Pero aún ahora sé que todo lo que pidas a Dios, Dios te lo concederá».
Jesús le dijo:
«Tu hermano resucitará».
Marta respondió:
«Sé que resucitará en la resurrección en el último día».
Jesús le dijo:
«Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees esto?».
Ella le contestó:
«Sí, Señor: yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo».
                             Es palabra de Dios


REFLEXION

Probablemente una persona que nunca hubiese leído el texto del Apocalipsis de la primera lectura podría reaccionar diciendo: “Esto es lo que yo más ansío, mi deseo más fuerte, vivir una vida donde las lágrimas, el final de todo con la muerte, el duelo, los gritos… desaparezcan y para siempre”. Y a continuación, si es cristiano, le dará todas las gracias de que sea capaz a Dios, porque nuestro Dios es el que va a hacer posible para cada uno de nosotros esa realidad. No es una quimera, no es un imposible. El amor que Dios nos tiene no solo se manifiesta en darnos la vida humana para vivir unos cuantos años en la tierra, donde hay sus más y sus menos, donde las alegrías se entrecruzan siempre con las tristezas. Dios está dispuesto a darnos un segundo tiempo donde vamos a poder vivir en íntima unión con Él y nos va a regalar la felicidad total y para siempre. “Al que tenga sed le daré gratis de la fuente del agua de la vida… y seré su Dios y él será mi hijo”.

Es lo mismo que nos dice San Pablo, a su manera, en la segunda lectura, al asegurarnos que nuestra verdadera y definitiva ciudad está en los cielos después de pasar por nuestra tierra.

Por si fuera poco, Cristo Jesús, nuestro Maestro y Señor en el evangelio, nos asegura que ese vivir la plenitud de la felicidad, es una regalo que él nos ofrece, en unión con su Padre Dios: “Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque muera, vivirá y todo el que vive y cree en mí no morirá para siempre”.

La fiesta de los fieles difuntos es la fiesta de los fieles resucitados. Nuestra vida termina bien. Estamos enrolados en una historia de salvación y no de perdición y de fracaso. Es la gran promesa de Cristo Jesús. Nos podemos fiar de Él. 

Fray Manuel Santos Sánchez O.P.
Convento de Santo Domingo (Oviedo)