Es palabra de Dios
REFLEXION
En el texto del Evangelio que hoy nos presenta la liturgia, unos hombres se acercan a Jesús con una pregunta que esconde una intención maliciosa. La pregunta en sí era importante, porque reflejaba una herida en el alma de Israel, una preocupación seria y honda de los judíos de aquel tiempo, un conflicto interior que agitaba su corazón. La ocupación romana no era para ellos un problema meramente político y social sino también religioso. Veían amenazada su identidad, su misma vocación divina. Era una realidad sufriente y había confusión respecto a cómo afrontarla. Jesús, lleno de misericordia, aunque reprueba claramente la hipocresía de sus interlocutores, no deja pasar la oportunidad y les ofrece una palabra iluminadora.
La respuesta del Señor causó admiración porque es ciertamente magistral. Se ha convertido en una de las máximas más famosas de entre las muchas salidas de sus labios: «Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios». Estas palabras llevan implícitas una manera de ver la vida, el mundo y a Dios. Jesús acogía la realidad en su conjunto: histórica, material, terrena, espiritual, celestial. Y sea cual sea la circunstancia que le interpelaba, Él respondía DANDO. Dar siempre. Él dio al César lo que era del César. Dio a todos lo debido: pagó sus impuestos, rindió obediencia a sus autoridades, a la Ley; apoyó económicamente a su familia y se da por supuesto que, mientras trabajó, ofreció una labor de calidad a sus clientes. Durante su ministerio terreno brindó enseñanzas, liberación, salud, vida a todos los que se cruzaban con Él. No se reservó nada: dio su tiempo, su atención, sus fuerzas, su experiencia, sus conocimientos, sus talentos. Y llegó a sobrepasar toda justicia dando en la Cruz hasta su vida. ¿Y a Dios? A su Padre le dio lo que debía como Hijo y como Hombre: todo su ser. El denario llevaba la imagen del César, le pertenecía por tanto. De manera análoga, el hombre lleva inscrita la imagen de Dios y le pertenece. Jesús se entregaba al Padre en cada instante. Su vida fue una Eucaristía permanente. Se implicaba en la realidad que se presentaba ante sus ojos y a la vez, la trascendía.
Nosotros, seguidores de Jesús y miembros de su Cuerpo, estamos llamados a hacer lo mismo. El Señor no nos ha sacado del mundo. Nos ha regalado unas circunstancias concretas, aquí y ahora, en esta sociedad, en esta comunidad, en esta familia. En nuestra situación actual, sea la que sea, Dios nos pide responder con fidelidad y generosidad a la realidad que nos toca vivir, a las personas que nos interpelan, ofreciéndonos, al mismo tiempo, a Él como Hostias, ofrendas de suave olor. Dice San Pedro Crisólogo: “Revístete de la túnica de la santidad, que la castidad sea tu ceñidor, que Cristo sea el casco de tu cabeza, que la Cruz defienda tu frente, que en tu pecho more el conocimiento de los misterios de Dios, que tu oración arda continuamente, como perfume de incienso: toma en tus manos la Espada del Espíritu: haz de tu corazón un altar, y así, afianzado en Dios, presenta tu cuerpo al Señor como sacrificio (…) Dios tiene sed de tu entrega” (Sermón 108). Así que, al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios: TODO, absolutamente todo.