Es palabra de Dios
REFLEXION
El Evangelio de San Mateo resume perfectamente lo que el Señor quiere de nosotros y en qué consiste el Amor que nos profesa y que tenemos que vivir con intensidad para sentirnos unidos a Él. Es el Corazón de Jesús la gran referencia de ese amor que el pueblo de Israel experimenta al sentirse elegido y que ahora se hace especialmente cercano en su persona. Ya no hay que estar mirando hacia arriba o escuchar a los profetas: el propio Dios se hace carne, sentimiento y nos invita a acercarnos a Él corazón con corazón porque “soy manso y humilde” y “mi yugo es llevadero y mi carga ligera”
Este “abajamiento”, esta actitud de confidencia y cercanía entrañable de Dios que nos llena de consuelo nos supone también una grave responsabilidad: la de ser para nuestros hermanos los hombres un motivo de esperanza y cercanía en estos tiempos donde hay tanta desconfianza y tan poco amor y comprensión. Jesús nos invita a no desesperar, a no rendirse ante el cansancio de tanta mediocridad y fiarnos de Quien cada día se hace especialmente presente en esa llamada interior que nace de su corazón y busca el nuestro.
“Un día, en el fervor de su oración, dijo con el profeta: «-Crea en mí, Señor, un corazón nuevo, etc.», y rogó a Dios que tuviese a bien sacarle el corazón y la voluntad. Parece ser que entonces su divino esposo se le presentó, abrió el costado izquierdo de la Santa, tomó su corazón y se lo arrancó. A partir de ese momento dejó —88→ de sentirlo en el pecho. Esta visión fue extraordinaria y tan de acuerdo con la realidad que, cuando habló de ella a su confesor, le aseguró que no tenía corazón. El confesor se echó a reír al oírla y la reprendió por hacer una afirmación de esta naturaleza, pero ella insistió en lo que acababa de decir. «-Realmente, Padre -afirmó-, a juzgar por lo que siento dentro de mí misma, me parece que no tengo corazón. El Señor se me apareció, abrió mi costado izquierdo, me sacó el corazón y se lo llevó». Y como insistiese el confesor en que era imposible vivir sin corazón, ella le contestó que para Dios no hay imposibles, afirmando de nuevo que ella no tenía corazón. Algunos días más tarde se encontraba Catalina en la capilla de la iglesia de los frailes predicadores, donde solían reunirse las Hermanas de Penitencia. Habiendo quedado sola para proseguir sus oraciones, se disponía a volver a casa, cuando repentinamente se vio envuelta en una luz que venía del cielo y el Salvador se le apareció teniendo en sus sagradas manos un corazón intensamente rojo, del que brotaba un fuego radiante. Hondamente impresionada por esta visión, se prosternó en el suelo. Entonces Nuestro Señor se acercó, le abrió el costado izquierdo y le colocó el corazón que llevaba en la mano, diciéndole: «-Hija, el otro día me llevé tu corazón; hoy te entrego el mío y de aquí en adelante lo tendrás para siempre». Dichas estas palabras le cerró el pecho, pero, como prueba del milagro, dejó en aquel lugar una cicatriz que sus compañeras me aseguraron más de una vez haber visto. Cuando yo la interrogué con respecto a este punto, ella me confesó que el incidente había ocurrido en realidad y que desde entonces había adoptado la siguiente manera de decir: «-Señor, te recomiendo mi corazón».”
(Beato Raimundo de Capua “Vida de Santa Catalina de Siena”, cap. 4)