Es palabra de Dios
REFLEXION
Celebramos hoy la fiesta de San Pedro y de San Pablo. San Pedro era una persona normal, de los que hoy no saldría en televisión, un pescador de Galilea, de carácter directo, impetuoso. Vivía del trabajo de sus manos en el mar. Pero hubo algo que cambió su vida: el encuentro con Jesús de Nazaret. Desde el primer momento, Pedro quedó prendado, entusiasmado, cogido, seducido… por Jesús de Nazaret. Vio en él algo especial. Su corazón le dijo enseguida que estaba ante una persona distinta a todas las que había conocido. Por eso, cuando Jesús le pidió, junto a su hermano Andrés, que lo dejase todo por seguirle: “Venid tras de mí y os haré pescadores de hombres. Ellos dejaron al instante las redes y lo siguieron”.
Desde ese momento, convivió con Jesús hasta que le mataron de manera injusta. A su lado, aprendió muchas cosas. Como resumen de todo lo que aprendió, se puede citar un conocido pasaje. Cuando Jesús habla a sus oyentes de su cuerpo como pan de vida y verdadero alimento, algunos le dieron la espalda, les pareció demasiado. Jesús se acercó a los que se quedaron con él y les dijo: “¿También vosotros queréis marcharos?”. Fue cuando Pedro, dijo: “¿Adónde iríamos?, tú solo tienes palabras de vida”. Poco a poco, Pedro, en el trato y escucha de Jesús, fue cayendo en la cuenta de que Jesús no sólo era hombre sino que también era Dios. En el evangelio de hoy, ante la pregunta de Jesús: “Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?”. Pedro responde: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”. San Pedro experimentó que las palabras de Jesús contienen vida, sentido, luz, y llevan a estar a gusto, a llenar el corazón, a tener esperanza. Por eso, se dedicó por entero a predicar a Jesús y su evangelio, y no solo a los judíos sino también a los gentiles, lo que trajo consigo ciertos problemas en la iglesia primitiva.
La persecución contra estos primeros cristianos fue en aumento y el rey Herodes además de decapitar a Santiago, encarceló a Pedro. Pero el Señor liberó a Pedro de la cárcel y volvió a predicar a Jesús y el evangelio allí donde iba, cumpliendo el mandato del Señor.
No todo en la vida de Pedro fue un camino de rosas. Experimentó la debilidad. También Pedro fue débil. Tan débil que llegó a negar a su Maestro y Señor en el proceso seguido contra Él. “Ni le conozco”. Pero Jesús resucitado salió de nuevo a su encuentro y, en su debilidad y arrepentimiento, le acogió, le perdonó y le puso al frente de su iglesia. Solamente le pidió que no dejase de amarle: “Pedro ¿me amas?”. Y Pedro nunca dejó de amarle.
Celebramos hoy también la fiesta de San Pablo. Y su vida, igual que la de San Pedro, se divide en un antes y un después del brusco y, a la vez, reconfortante encuentro con Jesús. Su corazón quedó totalmente cogido por Jesús, como lo prueban algunas de sus expresiones: “Para mí, la vida es Cristo”. “Lo que era para mí ganancia, lo reputo ahora por Cristo como una pérdida. Es más, todo lo tengo por pérdida a causa del sublime conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor por quien todo lo sacrifiqué y lo tengo por basura, para ganar a Cristo”.
No le entraba en la cabeza que alguien después de conocer a Cristo le diese la espalda: “¡Oh insensatos gálatas! ¿Quién os fascinó a vosotros, ante cuyos ojos fue presentado Jesucristo crucificado?”.
Desde el día de su conversión, San Pablo tiene grabado a fuego en su corazón que nunca se puede separar el amor a Dios, a Cristo, del amor a los hermanos. Persiguiendo a los cristianos oye la voz del Señor: “Yo soy Jesús Nazareno a quien tu persigues”.
Pablo predica a Cristo y su evangelio y quiere extenderlo no solo a los judíos, sino principalmente a los gentiles, a todo el mundo: “El Señor me ayudó y me dio fuerzas para anunciar íntegro el mensaje, de modo que lo oyeran todos los gentiles”. “Id al mundo entero y proclamad el evangelio a toda la creación”, porque sabe que el evangelio es “poder y salvación” para todos los que lo aceptan.
La segunda parte de su vida, Pablo la dedicó a predicar el evangelio y no fue un camino fácil, pero Cristo le dio fuerzas para enfrentarse a todo lo que tuviera que enfrentarse: “peligros de ríos, de ladrones, de los de mi linaje, peligros de los gentiles, en la ciudad, en despoblado, en el mar, peligros entre falsos hermanos… trabajos fatigas, vigilias, ayunos”. Él sabía dónde tenía que apoyarse: “Todo lo puedo en aquel que me conforta”. A Pablo, Cristo, el amor de Cristo, le cambió la vida… y en medio de tantas adversas circunstancias por extender su buena noticia caminaba seguro: “Sé de quién me he fiado”.
Para terminar. ¿Podemos confesar con Pedro y Pablo que lo fundamental de nuestra vida ha sido y sigue siendo el encuentro con Cristo Jesús y que desde ahí vivimos todo lo demás?