Los letrados actúan de manera contraria a Tobías. Lo suyo es aparentar como las personas importantes de Israel, los que saben de la ley y los profetas, los intérpretes de la voluntad de Dios, y, por ello, los que deben ser honrados por el pueblo. No ofrecen nada al pueblo, solo apariencia vanidosa, y quieren que el pueblo les conceda lo que buscan, un lugar relevante en la sociedad, y más aún sus bienes, incluso los de los pobres. Tobías no quiere nada de los demás y les ofrece sus servicios, en especial a los necesitados. No busca el aplauso ni las reverencias, ni las riquezas, y da, se da, donde ve la necesidad de su prójimo.
Esa enseñanza de generosidad Jesús la completa al resaltar lo que hace la viuda pobre. La generosidad no se mide por lo que se da, sino por lo que uno queda para sí. Jesús habla claro. E invita a que revisemos la medida de nuestra generosidad, formulándonos la pregunta, ¿con cuánto nos quedamos, cuando damos o ayudamos, u ofrecemos nuestro tiempo a quien nos necesita?
El valor que tiene la limosna y recoge la primera lectura: limpia del pecado, alcanza misericordia y libra de la muerte. Sin olvidar lo que Jesús nos precisa: la mano derecha no tiene que enterarse de lo que hace la mano izquierda. Es decir: sin airear la buena acción como hacían fariseos y letrados.
Conviene que nos centremos hoy en la generosidad. La generosidad describe nuestro ser. Nuestro ser humano. Hasta el mismo término, “generosidad”, alude a “género”, humano, a lo que somos. A la luz de las lecturas de hoy, somos humanos en la medida que somos generosos.