Es palabra de Dios
REFLEXION
Parecería, a tenor de los estudiosos del Jesús histórico, que, en efecto, este actuó como curandero y taumaturgo. Parecería, asimismo, acorde con la investigación de los historiadores, que este hecho no resultaría particularmente llamativo para la cultura mediterránea de la antigüedad, mayormente en la Palestina del siglo I en que Jesús habría vivido y actuado.
Bien estará, ciertamente, que retengamos este aspecto contextual cuando tratemos de proyectar nuestra perspectiva anacrónica sobre el relato mateano de hoy; pues, ciertamente, resultaría inevitable un planteamiento del contenido de ese relato desde el racionalismo positivista que, caracterizando nuestra cosmovisión vigente, en poco se ajustaría a la racionalidad de la cultura mediterránea popular del siglo I. En pocas palabras, lo que en nuestra mentalidad de hoy no encaja, en la mentalidad de un campesino de la Palestina del siglo I era perfectamente natural, pues se trataba de un tipo de actuación bien común, conocida y demandada.
Con todo, ni aún entonces, tal tipo de actividad se libraría de sospecha, en tanto que la religiosidad oficial siempre ha visto con renuencia tales fenómenos; se trata, sin más de la distinción entra magia y religión, que el judaísmo oficial – y el cristianismo a posteriori – han tratado de separar tajantemente, aunque sin lograrlo en la realidad cotidiana de la praxis. El que la magia hubiera sido o no el antecedente de la religión, no es óbice en todo caso para encontrar que la realidad religiosa, de hecho, se encuentra “naturalmente” sincretizada con multitud de fenómenos y ritos de orden mágico; lo que en realidad tenemos, muy a pesar de la religiosidad oficial, es que la pretendida distinción entre religión y taumaturgia no es tal; y así lo han vivido creyentes de toda época hasta nuestros días.
Nuestro relato mateano, situándose en la esfera de la oficialidad, procuraría, de todos modos, que quedara clara tal distinción a través de los dos pasajes y el sumario de curaciones que nos presenta hoy. Así, por una parte, la curación “a distancia” del criado del centurión, evitaría entender que se trataba de un ritual de contacto mágico; por otra parte, la indicación expresa de que Jesús curó “con su palabra” a multitud de enfermos y poseídos tendría el mismo objeto. Con todo, Mateo, no puede o no quiere, evitar la ambigüedad – no alterando una fuente documental anterior o buscando un propósito de acercamiento popular – al señalar que la curación de la suegra de Pedro se realizó con un gesto ritual de carácter mágico-naturista, pues la “tocó”.
Precisamente, la alusión a esta curación ritualizada, permite a Mateo situar a Jesús en línea de continuidad con la tradición veterotestamentaria – algo tan propio de su ideología –, a saber, la tradición de los grandes taumaturgos que fundamentaban la religión israelita. En efecto, Jesús representaría la nueva personificación de Moisés - el legislador, la Ley – y los grandes profetas antiguos, esto es, Elías y Eliseo, que caracterizaron su ministerio por sus prodigios.
De este modo, en la ambigüedad entre la “oficialidad” y la “popularidad”, frente al judaísmo vigente en su época, Mateo reivindica la anterior etapa de la religión primitiva israelita (previa al judaísmo que nacería tras la vuelta del exilio babilónico) y resueltamente sitúa a Jesús en continuidad con esta, legitimando la figura y acción del nazareno en la gran tradición de Israel, en la base de la alianza primera de Dios con su pueblo: Jesús es el nuevo Moisés –el cumplimiento de la Ley – y el nuevo Elías-Eliseo – el cumplimiento de la profecía.
De este modo, Mateo responde a la apremiante acusación que los judíos oficialistas oponen de continuo a Jesús: “¿con qué autoridad actúas?”. La respuesta de Mateo en este relato es clara: con la misma autoridad con que actuaron Moisés y los profetas.
Un epílogo: la taumaturgia de Jesús no concluye con la ejecución de este; por el contrario, se continúa - como resalta Hechos – en sus discípulos. Y ante la pregunta por la autoridad del actuante, el tipo de respuesta legitimadora - en este caso para la Iglesia - sigue siendo la misma que para Jesús, si bien esta queda modificada: quien ahora legitima es el propio Jesús: ¡en nombre de Jesús, queda sano!