Es palabra de Dios
REFLEXION
La Natividad de Juan nos recuerda que también somos unos "bien nacidos". El anuncio mesiánico se hace realidad en la figura y la misión del Precursor. Profeta inconformista. Su palabra es revulsivo exhortando a la conversión de corazón y a la esperanza. Cumplió con fidelidad su misión, sin detenerse ante las dificultades y los tropiezos de quienes no pararon hasta hacer callar su voz con el martirio.
Supo recoger y poner a flor de piel toda la esperanza y anhelo de salvación que estaba en el corazón de su pueblo. Su palabra, atenta al tejido diario de su vida, llegaba al interior de las personas, suscitando provocación, inquietud y haciendo que los ojos se abrieran al futuro. Su palabra hacía tambalear seguridades y no se detenía en el momento de deshacer los montajes de una religiosidad domesticada y adormilada que actuaba, en definitiva de vacuna contra la auténtica fe. Su palabra fue "espada cortante" y "flecha bruñida".
Su misión es la de facilitar y hacer posible el encuentro. Va al núcleo de la cuestión: renovarse, convertirse, para poder descubrir, escuchar y seguir al Verbo de Dios. Toda su vida tiene la grandeza de la misión bien cumplida, realizada sin ostentación. Y en ella se deja la vida. Su anuncio del Reino que se acerca choca con la resistencia de quienes han construido su propio reino en este mundo. Juan con su propia sangre sellará su testimonio con valentía.
Sin ahorrarse sacrificio, sabiéndose retirar, no pretendiendo entender más de lo que le es dado, sabiendo morir para no traicionar su verdad repetida valerosamente ante los poderosos. No es un hombre que diga y no haga, sino que dice y hace. Y dice y hace con exigencia, con radicalidad. Es un auténtico profeta de Dios. Su vida austera, la soledad del desierto y la predicación descarnada son sus señas de identificación. Enseñaba a distinguir el oro del oropel, la verdad de la mentira, el tocino de la velocidad y, sobre todo, a Jesús "Maestro de Nazaret" de los que se proclamaban "maestros de Israel".
También cada uno de nosotros ha recibido una misión que no puede ser reemplazada por nadie. Quizás muchas veces estamos alejados de los demás y entonces nuestra palabra resulta fría e impersonal, incapaz de hallar eco alguno en quienes nos rodean, incapaz de hacer mella, como un cuchillo mal afilado. ¿Somos conscientes de que nuestra misión, como la de Juan, es la de facilitar a los demás el encuentro con Jesús o bien damos una impresión excesiva de predicarnos a nosotros mismos? ¿Somos capaces en estos momentos de mantener una actitud valiente, constante y decidida o nos echamos atrás dejándolo para otra ocasión más propicia y menos comprometida? Nuestra tentación es a menudo excusarnos para no decir ni hacer. O, quizás, para decir pero no hacer. ¡Profetas! Quiere decir que hemos de hablar y vivir sin miedos para abrir camino a Jesús. Hoy el mundo sigue necesitando precursores. Tenemos falta de profetas con el valor y la coherencia de Juan. Nuestro compromiso es allanar caminos, enderezar sendas, ser voz que clame en el desierto de nuestras ciudades tan ajetreadas. No nos basta con "saltar" de gozo en el seno de la Iglesia. Tenemos que salir. A extender nuestro dedo y "señalar los caminos" por los que pasa el Señor.