5/8/22

6 DE AGOSTO : LA TRANSFIGURACION DEL SEÑOR

 





Jesús había anunciado a los suyos la inminencia de su Pasión y los sufrimientos que había de padecer a manos de los judíos y de los gentiles. Y los exhortó a que le siguieran por el camino de la cruz y del sacrificio (Mt 16, 24 ss). Pocos días después de estos sucesos, que habían tenido lugar en la región de Cesarea de Filipo, quiso confortar su fe, pues, -como enseña Santo Tomás- para que una persona ande rectamente por un camino es preciso que conozca antes, de algún modo el fin al que se dirige: “como el arquero no lanza con acierto la saeta si no mira primero al blanco al que la envía. Y esto es necesario sobre todo cuando la vía es áspera y difícil y el camino laborioso... Y por esto fue conveniente que manifestase a sus discípulos la gloria de su claridad, que es los mismo que transfigurarse, pues en esta claridad transfigurará a los suyos” (Sto. Tomás, Suma teológica).
 
Nuestra vida es un camino hacia el Cielo. Pero es una vía que pasa a través de la Cruz y del sacrificio. Hasta el último momento habremos de luchar contra corriente, y es posible que también llegue a nosotros la tentación de querer hacer compatible la entrega que nos pide el Señor con una vida fácil, como la de tantos que viven con el pensamiento puesto exclusivamente en las cosas materiales... “¡Pero no es así! El cristianismo no puede dispensarse de la cruz: la vida cristiana no es posible sin el peso fuerte y grande del deber... si tratásemos de quitarle ésto a nuestra vida, nos crearíamos ilusiones y debilitaríamos el cristianismo; lo habríamos transformado en una interpretación muelle y cómoda de la vida” (Pablo VI, Alocución 8-IV-1966). No es esa la senda que indicó el Señor.
 
Los discípulos quedarían profundamente desconcertados al presenciar los hechos de la Pasión. Por eso, el Señor condujo a tres de ellos, precisamente a los que debían acompañarle en su agonía de Getsemaní, a la cima del monte Tabor para que contemplaran su gloria. Allí se mostró “en la claridad soberana que quiso fuese visible para estos tres hombres, reflejando lo espiritual de una manera adecuada a la naturaleza humana. Pues, rodeados todavía de la carne mortal, era imposible que pudieran ver ni contemplar aquella inefable e inaccesible visión de la misma divinidad, que está reservada en la vida eterna para los limpios de corazón” (San León Magno, Homilía sobre la transfiguración), la que nos aguarda si procuramos ser fieles cada día.
 
También a nosotros quiere el Señor confortarnos con la esperanza del Cielo que nos aguarda, especialmente si alguna vez el camino se hace costoso y asoma el desaliento. Pensar en lo que nos aguarda nos ayudará a ser fuertes y a perseverar. No dejemos de traer a nuestra memoria el lugar que nuestro Padre Dios nos tiene preparado y al que nos encaminamos. Cada día que pasa nos acerca un poco más. El paso del tiempo para el cristiano no es, en modo alguno, una tragedia; acorta, por el contrario, el camino que hemos de recorrer para el abrazo definitivo con Dios: el encuentro tanto tiempo esperado.
 
Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a Juan, y los llevó a un monte alto, y se transfiguró ante ellos , de modo que su rostro se puso resplandeciente como el sol y sus vestidos blancos como la luz. En esto se le aparecieron Moisés y Elías hablando con Él (Mt 17, 1-3). Esta visión produjo en los Apóstoles una felicidad incontenible; Pedro la expresa con estas palabras: Señor, ¡qué bien estamos aquí!; si quieres haré aquí tres tiendas: una para Ti, otra para Moisés y otra para Elías (Mt 17, 4). Estaba tan contento que ni siquiera pensaba en sí mismo, ni en Santiago y Juan que le acompañaban. San Marcos, que recoge la catequesis del mismo San Pedro, añade que no sabía lo que decía (Mc 9, 6). Todavía estaba hablando cuando una nube resplandeciente los cubrió con y una voz desde la nube dijo: Éste es mi Hijo, el Amado, en quien tengo mis complacencias: escuchadle (Mt 17, 5).
 
El recuerdo de aquellos momentos junto al Señor en el Tabor fueron sin duda de gran ayuda en tantas circunstancias difíciles y dolorosas de la vida de los tres discípulos. San Pedro lo recordará hasta el final de sus días. En una de sus Cartas, dirigida a los primeros cristianos para confortarlos en un momento de dura persecución, afirma que ellos, los Apóstoles, no han dado a conocer a Jesucristo siguiendo fábulas llenas de ingenio, sino porque hemos sido testigos oculares de su majestad. En efecto Él fue honrado y glorificado por Dios Padre, cuando la sublime gloria le dirigió esta voz: Éste es mi Hijo, el Amado, en quien tengo mis complacencias. Y esta voz, venida del cielo, la oímos nosotros estando con Él en el monte santo (2 Pdr 1, 16-18). El Señor, momentáneamente, dejó entrever su divinidad, y los discípulos quedaron fuera de sí, llenos de una inmensa dicha, que llevarían en su alma toda la vida. “La transfiguración les revela a un Cristo que no se descubría en la vida de cada día. Está ante ellos como Alguien en quien se cumple la Alianza Antigua, y, sobre todo, como el Hijo elegido del Eterno Padre al que es preciso prestar fe absoluta y obediencia total” (Juan Pablo II, Homilía 27-II-1983), al que debemos buscar todos los días de nuestra existencia aquí en la tierra.
 
¿Qué será el Cielo que nos espera, donde contemplaremos, si somos fieles, a Cristo glorioso, no en un instante, sino en una eternidad sin fin?
 
Todavía estaba hablando, cuando una nube resplandeciente los cubrió y una voz desde la nube dijo: Éste es mi Hijo, el Amado, en quien tengo mis complacencias: escuchadle (Mt 17, 5). ¡Tantas veces le hemos oído en la intimidad de nuestro corazón!
 
El misterio que celebramos no sólo fue un signo y anticipo de la glorificación de Cristo, sino también de la nuestra, pues, como nos enseña San Pablo, el Espíritu da testimonio junto con nuestro espíritu de que somos hijos de Dios. Y si somos hijos también herederos: herederos de Dios, coherederos de Cristo; con tal que padezcamos con Él, para ser con Él también glorificados (Rom 8, 16-17). Y añade el Apóstol: Porque estoy convencido de que los padecimientos del tiempo presente no son comparables con la gloria futura que se ha de manifestar en nosotros (Rom 8, 18). Cualquier pequeño o gran sufrimiento que padezcamos por Cristo nada es si se mide con lo que nos espera. El Señor bendice con la Cruz, y especialmente cuando tiene dispuesto conceder bienes muy grandes. Si en alguna ocasión nos hace gustar con más intensidad su Cruz, es señal de que nos considera hijos predilectos. Pueden llegar el dolor físico, humillaciones, fracasos, contradicciones familiares... No es el momento entonces de quedarnos tristes, sino de acudir al Señor y experimentar su amor paternal y su consuelo. Nunca nos faltará su ayuda para convertir esos aparentes males en grandes bienes para nuestra alma y para toda la Iglesia. “No se lleva ya una cruz cualquiera, se descubre la Cruz de Cristo, con el consuelo de que se encarga el Redentor de soportar el peso” (J. Escrivá de Balaguer, “Amigos de Dios”). Él es, Amigo inseparable, quien lleva lo duro y lo difícil. Sin Él cualquier peso nos agobia.
 
Si nos mantenemos siempre cerca de Jesús, nada nos hará verdaderamente daño: ni la ruina económica, ni la cárcel, ni la enfermedad grave..., mucho menos las pequeñas contradicciones diarias que tienden a quitarnos la paz si no estamos alerta. El mismo San Pedro lo recordaba a los primeros cristianos: ¿quién os hará daño, si no pensáis más que en obrar bien? Pero si sucede que padecéis algo por amor a la justicia, sois bienaventurados (1Pdr 3, 13-14).
 
Pidamos a Nuestra Señora que sepamos ofrecer con paz el dolor y la fatiga que cada día trae consigo, con el pensamiento puesto en Jesús, que nos acompaña en esta vida y que nos espera, glorioso al final del camino. Y cuando llegue aquella hora en que se cierren mis ojos humanos, abridme otros, Señor, otros más grandes para contemplar vuestra faz inmensa. ¡Sea la muerte un mayor nacimiento! (J. Margall, Canto espiritual), el comienzo de una vida sin fin.
 
Fuente:
Extracto del libro “Hablar con Dios”, de Francisco Fernández-Carvajal
www.iglesia.org
ACIPRENSA

EVANGELIO SABADO 06-08-2022 SAN LUCAS 28B-36 XVIII SEMANA DE TIEMPO ORDINARIO

 





En aquel tiempo, tomó Jesús a Pedro, a Juan y a Santiago y subió a lo alto del monte para orar. Y, mientras oraba, el aspecto de su rostro cambió y sus vestidos brillaban de resplandor.
De repente, dos hombres conversaban con él: eran Moisés y Elías, que, apareciendo con gloria, hablaban de su éxodo, que él iba a consumar en Jerusalén.
Pedro y sus compañeros se caían de sueño, pero se espabilaron y vieron su gloria y a los dos hombres que estaban con él.
Mientras estos se alejaban de él, dijo Pedro a Jesús:
«Maestro, ¡qué bueno es que estemos aquí! Haremos tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías».
No sabía lo que decía.
Todavía estaba diciendo esto, cuando llegó una nube que los cubrió con su sombra. Se llenaron de temor al entrar la nube.
Y una voz desde la nube decía:
«Este es mi Hijo, el Elegido; escuchadlo».
Después de oírse la voz, se encontró Jesús solo. Ellos guardaron silencio y, por aquellos días, no contaron a nadie nada de los que habían visto.

                                 Es palabra de Dios

REFLEXION

Hoy el Evangelio nos revela cual es nuestro final: el mismo destino glorioso de Cristo Jesús.

Pero llegar a ese destino es seguir el mismo camino de Jesús Camino de oración, entrega, cruz... resurrección.

Ese recorrido implica subir con Jesús al encuentro con Dios, ir a la montaña, orar, estar pendiente de Él, ver su rostro que ahora resplandece y ver que sus vestidos brillan de blancos… reflejan que así como Dios se envuelve de esplendor y majestad como en un manto; Sal 104,2, Jesús se envuelve en luz divina.

Acompañando a Jesús tendrás la experiencia de que toda la revelación divina culmina en Cristo, en el misterio pascual, misterio de muerte y resurrección-transfiguración, verás su gloria.

Experimentarás tu encuentro con Jesús de un modo nuevo que te llena de paz, de sentido, de alegría, de luz divina, que te hace exclamar: qué hermoso estar aquí; creer en Jesús es una gozada, esto sí que merece la pena ahora sí.

En esa experiencia escucharás la voz del Padre que te dice: Este es mi hijo amado escuchadle. 

La escena de la transfiguración ilumina nuestra mente para conocer:

          -que Jesús es el hijo amado de Dios.

          -que tenemos que escucharle a Él.

          -que nuestra meta es una vida transfigurada en Dios

Lo que más nos transfigura es el amor; que en este día veas el amor de Dios por ti, en el rostro de Jesús; que veas tantos rostros transfigurados por el dolor; que veas tantos rostros transfigurados por la luz, la vida, la alegría…

Fr. Isidoro Crespo Ganuza O.P.
Convento de S. Valentín de Berrio Ochoa (Villava)

4/8/22

EVANGELIO VIERNES 05-08-2022 SAN MATEO 16, 24-28 XVIII SEMANA DE TIEMPO ORDINARIO

 





En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz y me siga.
Porque quien quiera salvar su vida, la perderá; pero el que la pierda por mí, la encontrará.
¿Pues de qué le servirá a un hombre ganar el mundo entero, si pierde su alma? ¿O qué podrá dar para recobrarla?
Porque el Hijo del hombre vendrá, con la gloria de su Padre, entre sus ángeles, y entonces pagará a cada uno según su conducta.
En verdad os digo que algunos de los aquí presentes no gustarán la muerte hasta que vean al Hijo del hombre en su reino».

                                                                Es palabra de Dios

REFLEXION

Y va concretando el Señor a sus discípulos y a nosotros, al que quiera seguir su Camino y vivir Su Vida… porque a veces no acertamos a entender, porque a veces seguirle supone negar la natural comodidad y falsa paz o tranquilidad; porque negarse y tomar la cruz no nos gusta ni complace en absoluto. Pero … todos sabemos que la vida se engendra y genera entregándola, repartiéndola, sembrando y después , misteriosamente, de una pequeña aportación y entrega surge el milagro inconmensurable y callado de la Vida y ésta, para nosotros tiene origen y concreción en Jesús, el Hijo del hombre que “pagará a cada uno según su conducta” ; por eso es necesario y conveniente seguir sus pasos, recibir Su Vida, dejar lo mío para que sea Él en mí, el único Santo “ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mí” . Esta es la muerte que conviene y da Vida; esta es la pérdida que supone ganancia, esta es la “senda estrecha” que impide desviar el Camino, el que todos añoramos en lo más adentro, estos son los que “verán al Hijo del hombre en su Reino” porque perdieron de lo propio para unirse a Él. Esta es la Esperanza, testimonio, fermento…para nuestros hermanos tan dañados “por los enemigos” en tan sinuosas y falaces ofertas. 

Y porque siempre tenemos la referencia extraordinaria en lo ordinario de la vida de María, no podemos pasar por alto que esta fecha coincide con la celebración de Santa María la Mayor en Roma, Basílica regentada por nuestros hermanos dominicos para impartir el perdón y la Misericordia; poniendo la referencia de la Virgen María como Salud del pueblo romano, ante la cual ora el Papa al ir y volver de sus viajes. La Madre, la que nos acompaña y abraza en este seguimiento de Cristo; la que manifiesta que la Confianza en el Dios que nos salva abre caminos insospechados y manifestaciones divinas como la nieve en agosto.

¿Cómo sientes y expresas la impresión en tu corazón por la situación de este mundo, la sociedad, la palpable manipulación sobre las personas, el riesgo de dejar hacer a cada uno … etc. y aplicas la Esperanza en Dios-Salvador?

None Dominicas de Lerma
Monasterio de San Blas. Lerma (Burgos)

3/8/22

JUEVES 4 DE AGOSTO : SAN JUAN MARIA VIANNEY, PATRONO DE LOS PARROCOS

 





Sacerdote francés a cargo de la parroquia de Ars durante 41 años. Conocido por su humildad, su predicación, su discernimiento. Considerado patrono de los párrocos

Nacimiento, Primeros Años y Formación

Juan María Vianney era hijo de Mateo Vianney y de María Beluse, un matrimonio cristiano que contaba para entonces tres hijos y recibió con amor y alegría a este cuarto hijo, al que presentó a bautizar el mismo día de su nacimiento, 8 de mayo de 1786. Nació Juan María en Dardilly, cantón de Limonest, distrito de Lyon, en el aún reino de Francia.

Juan María se crio en un ambiente de piedad sincera, que impactó muy pronto la sensibilidad del niño, en seguida receptivo del sentimiento religioso. Pero sus recuerdos de infancia necesariamente hubieron de mezclarse con el de hechos muy fuertes: la revolución y sus consecuencias. Cuando en París se establece el Terror, Lyon se subleva y el ejército de la República pone sitio a la capital lionesa, pasando por Dardilly en su camino hacia ella. La propia iglesia de Dardilly ha sido cerrada. El cura de la misma, Jacques Rey, ha obedecido la orden oficial y ha hecho el juramento de la constitución civil del clero. Los fieles, no bien percatados de lo que ese juramento significaba, siguieron acudiendo a las ceremonias religiosas. Pero incluso tras ese juramento, el cura Rey hubo de ver su parroquia cerrada en 1793.

Para entonces el pequeño Juan María ya ayudaba a sus padres cuidando del pequeño rebaño familiar en el campo, lo cual hacía en los prados cercanos al pueblo en unión de sus hermanos y hermanas. A Juan María —dicen sus coetáneos— ya entonces le gustaba rezar retirado. También se destapó ya en fecha tan temprana su afecto por los pobres; le gustaba ser él quien les diera las limosnas que sus padres destinaban a los pobres del pueblo y a los forasteros. Los padres estaban por entonces en buena posición económica.

En 1802 se acabó el cisma del abate Rey con la firma del concordato entre Napoléon y Pío VII. El abate, arrepentido, fue perdonado y los Vianney, con los demás fieles, pudieron acudir de nuevo a las misas y actos religiosos de la parroquia. Rey fue sustituido a poco por el abate Jacques Fournier, sacerdote siempre fiel, que influyó positivamente en sus feligreses. En 1803 se abrió en Dardilly una escuela y a ella acudió Juan María para aprender lo elemental. Parece que el contacto con el abate Fournier despertó en Juan María los deseos de ser sacerdote; de todos modos este sacerdote fallecía en 1806. Al parecer y desde 1804, Juan María venía rogando a su padre la licencia para emprender los estudios eclesiásticos, porque quería ser sacerdote.

Una juventud agitada

Juan María logró, no sin mucho trabajo, que su padre le diera licencia para sus estudios eclesiásticos, y se pensó que la mejor forma de hacerlo y con menos gastos era encomendando al muchacho al abate Belley, cura de Ecully, A finales de 1806 Juan María se trasladó a Ecully, a la casa del párroco, donde vivió con otro estudiante que perseguía los mismos fines. Juan María tuvo serias dificultades con los estudios, en parte por no ser muy despierto de inteligencia, pero en parte también por lo tarde que empezaba unos estudios que de suyo se comienzan en la infancia y adolescencia. El abate Belley tenía paciencia con él, porque veía que si en las ciencias humanas avanzaba con dificultad, en la ciencia del espíritu avanzaba con rapidez y era cada día más piadoso y lleno de virtudes. y un enorme sacrificio.

Juan María era de la quinta del año 1806, pero quedó libre del servicio militar; sin embargo, en 1809, fue reclamado para la milicia... Enfermo del disgusto, fue hospitalizado y días más tarde pasó a Roanne. Pero luego optó por desertar. Se instaló en el pueblo de Noes, donde fue acogido por la viuda Fayot, y se ganó la vida enseñando a niños del pueblo. El párroco le apreció mucho y los vecinos del pueblo también.

Hacia el altar

A su vuelta a Ecully lo acogió bondadosamente el abate Belley, quien no dudaba de la aptitud y vocación de Juan María. Entre 1811 y 1812 vivió en Ecully con el abate Balley, el cual volcaba en Juan su espiritualidad ascética, bastante recia. Seguramente Juan María se mostraba más adicto a la soledad y a la contemplación que a la acción apostólica, pero la situación pastoral de Francia exigía muchos sacerdotes en acción directa y de ahí que se orientara a todos los jóvenes con vocación hacia el apostolado activo. Juan María fue admitido en el seminario de Verriéres en 1812 y allí halló como compañeros a San Marcelino Champagnat y al padre Colin… En 1813 ingresaba en el seminario de San Ireneo de Lyon… Era un alumno regular, cumplidor, piadoso y estudioso, que se esforzaba seriamente en aprender. Tenía en los estudios un problema muy serio: sabía muy poco latín. Algunos compañeros, con solidaridad y fraternidad, le ayudaron. Sacó muy malas notas, y lo mandaron de nuevo a Ecully… Juan María entró en una crisis: le pareció que su salida de Lyon significaba que debía renunciar al sacerdocio... El abate Belley le devolvió la ilusión: estudiaría con él, en francés, no en latín, y vería cómo entonces avanzaba… El abate Belley llevó su patrocinio sobre Juan María al extremo de pedir que lo ordenaran de sacerdote porque lo quería de coadjutor en su parroquia. Pasó un último examen y fue enviado a Grenoble para que allí recibiera el sacerdocio, como así fue el domingo 13 de agosto de 1815.

Coadjutor en Ecully

Cuando Juan María, recién ordenado sacerdote, llegó como coadjutor a Ecully, halló una parroquia en la que la paciente labor apostólica del abate Belley había producido ya sus frutos, y estaba a buena altura el nivel espiritual de los feligreses. Belley había procurado predicar con frecuencia y método la palabra de Dios, administrar los sacramentos con unción y asiduidad, socorrer a los pobres, visitar a los enfermos, cuidar la catequesis infantil y fomentar la piedad en sus varias formas. Juan se plegó de forma absoluta a la voluntad del párroco, tanto en la distribución de su tiempo como en la concreción de tareas a realizar. Como el abate Belley había sido religioso, conservaba muchas costumbres propias de un convento y Juan María debió acomodarse a ellas. Recitaba el breviario con el párroco, tenía con él la lectura espiritual y los ejercicios de devoción, las conversaciones espirituales y los tiempos de silencio, y participaba en el clima de privaciones voluntarias y penitencias a que se sometía a sí mismo el antiguo religioso. Como el abate Belley comenzó a flagelarse y a ponerse cilicios.

Pastoralmente Juan María tenía que hacer bautizos o entierros, y se le encargó de la misa de los niños los domingos, a los que tenía que dirigir pláticas apropiadas. Ése fue su primer campo como predicador y catequista. El párroco le hacía acompañarlo en las visitas a los enfermos para que se introdujera en este campo concreto de la pastoral, y mientras iban de una casa a otra le daba lecciones de casos de conciencia, que al párroco le parecían importantísimas para que pudiera algún día Juan María sentarse en un confesonario de adultos. Y es de esta raíz de donde debemos hacer derivar los residuos rigoristas, casi jansenistas, que se verán en Juan María cuando sea cura de Ars y que desaparecerían más tarde.

Un año después de su ordenación, recibió la licencia para confesar y el primero en arrodillarse ante él fue el propio abate Belley. Luego, poco a poco, fue atrayendo insensiblemente a su confesonario a numerosos feligreses. También se hizo notar por su desprendimiento en favor de los pobres. Y ya desde entonces se distinguió como fervoroso propagandista de la devoción a la Virgen María, en lo cual ciertamente no tenía nada de jansenista o rigorista.
El abate Belley comenzó a empeorar en su salud… El querido párroco moriría en los brazos de su protegido en 1817 . Mandaron como nuevo párroco al abate Lorenzo Tripier… que tenía ya amplia experiencia pastoral, pero era muy distinto en criterios y costumbres al abate Belley, y sobre todo, no tenía para nada ni su ascetismo ni su extrema frugalidad. Juan María empezó a pasarlo mal al lado del nuevo párroco y, enterada la superioridad, decidió enviarlo entonces a la capellanía de Ars.

Cura de Ars

Arsen-Dombes no era propiamente una parroquia, sino una capellanía, dependiente de la parroquia de Mizerieux. Era un pueblito campesino y su situación espiritual, después de los desastres de la revolución y las guerras, no era muy buena. Había habido en el pueblo un cura apóstata cuando la revolución, y prácticamente sólo mujeres y niños frecuentaban la misa y los sacramentos. Juan María llegó a Ars el 13 de febrero de 1818.

Halló una pobre iglesia, una casa parroquial grande, pero destartalada y con algunos muebles que le parecieron demasiado buenos para la pobreza en que él quería vivir. Al día siguiente a su llegada, las campanas tocaron a misa y los habitantes del pueblo supieron que tenían otra vez un pastor de almas. Juan María estableció un género de vida por demás pobre y austero...y dio a su casa el tono de la mayor pobreza. Empezó a dormir en un lecho de sarmientos sobre la madera de la cama, con una almohada de paja, y unas pobres mantas para prevenir el frío nocturno. Y se dedicó ante todo a orar pidiendo la conversión de su pueblo. Siempre que no tenía un ministerio preciso, estaba en la iglesia entregado a la oración; la hacía de rodillas sobre el suelo, sin reclinatorio y sin apoyarse en ningún sitio, recogido o mirando al sagrario…Todo dinero que caía en sus manos iba indefectiblemente a parar a manos de los pobres.

Estableció una nueva costumbre: visitar casa por casa a sus feligreses, como recomendaba la superioridad del obispo, bien que no era habitual hacerlo. Sus visitas eran breves; no se sentaba, y en el fondo eran solamente para decirles a los feligreses que estaba a disposición de todos. Oía las cuitas de los feligreses y empezó a dejar la impresión de que el sacerdote de Ars practicaba todas las obras de misericordia. Salía también al campo y saludaba a los trabajadores y al bosque y saludaba con afecto a los que hallaba, y convertía su paseo en oración, pues alaba al Señor por las bellezas de la Naturaleza. Dio enorme importancia a la catequesis infantil. Logró que los padres trajeran a los niños, y muchos padres comenzaron a quedarse a la catequesis para aprovecharse ellos también.

Los trabajos y los días de un Buen Pastor

Vianney se dio cuenta de que el pueblo necesitaba como la masa de la parábola: una levadura que la hiciera fermentar. Y entendió que había que cultivar grupos de espiritualidad que contagiasen su fervor a los demás. Se dedicó a buscar un grupo de almas fervorosas que comulgasen cada domingo y dieran ante la comunidad el testimonio de una piedad más allá de la estricta obligación. Muy pronto lo tuvo. Y se comenzó a ver un grupo de personas que cada domingo se acercaban a la sagrada mesa. Igualmente pensó que las hermandades o cofradías le servirían de enlace con muchas personas para atraerlas a la vida devota.

Juan María ponía mucho empeño en la predicación, dándole su importancia, pero no estaba especialmente dotado ni preparado para ello. Se encerraba en la sacristía para escribir las instrucciones catequéticas del domingo y aprenderlas de memoria, lo que le llevaba largas horas del día y de la noche. Bebía en concretas fuentes, es decir, sermonarios y libros espirituales, cuyos textos yuxtaponía sin mucha coherencia a veces. Ponía mucho interés en la selección de los temas, que quería fueran de utilidad espiritual a los oyentes, y como él estaba muy preocupado por la salvación eterna de sus feligreses… Quería, por el camino del rigorismo moral, llevar a los fieles a dos pasos de la desesperación, a fin de que de ahí pasasen al arrepentimiento y a la confesión, que los libraría de sus pecados... Poco a poco, el Espíritu de Dios iluminaría a este buen pastor para que descubriera como preferente el camino de la misericordia.

La Transformación de Ars

En 1821, el rey Luis XVIII erigía en parroquia la iglesia de Ars. Ya podía llamarse con verdad «cura de Ars». Juan María prestó servicios de buena voluntad en las parroquias vecinas cuando no tenían cura o cuando éste se hallaba ausente o enfermo… Participó en equipos de misioneros… Pero más que predicar, confesaba, y multitud de penitentes comenzó a acudir a él. En el confesonario, enfrentado con los dolores de las almas, era un auténtico confesor: juez, padre, maestro y amigo. Gente de todas las clases sociales se arrodilló ante su confesonario… Su palabra comenzaba a tener un éxito increíble por el fuego que despedía, fuego de un amor a Dios y al prójimo que inflamaba a los oyentes. Su fama empezó a correr: todos querían oírle y pasar por su confesonario.

Pero se convierte en signo de contradicción, y empiezan a llegar al obispado denuncias contra él, al tiempo que un grupo de irreductibles en Ars no para de murmurar en su contra. A ello se sumó una purificación interior: Dios permitió que durante los primeros años de su ministerio le asaltase un horroroso temor a la condenación por justo juicio de Dios. Se sentía completamente indigno del ministerio pastoral y creía estar yendo a la condenación por ejercerlo indignamente. Esta prueba interior le hizo sufrir de forma indecible, hasta el paroxismo. Pidió a Dios conocimiento de su miseria. Lo obtuvo y, decía él mismo, no pudo soportarlo.

Triste interiormente o consolado, no dejaba Juan María ninguna de las tareas pastorales que le concernían. Y llegó el momento de poner por obra una decisión tomada a poco de llegar: hacer algo por la educación de los niños, ya que no había escuelas en Ars; en el período de invierno venía un maestro de fuera que daba clases a niños y niñas juntos. Buscó él varias personas que le parecieron aptas y compró además un edificio en 1824, el cual edificio era poco a propósito, pero allí instaló la escuela y ese mismo año la abrió con el título de La Providencia… Huérfanas procedentes de parroquias vecinas e incluso lejanas venían a La Providencia y se las instruía y alimentaba, siendo esta obra el destino de todas las limosnas que venían a manos de Juan María. También admitía a chicas de 18 y 20 años, a veces ya maleadas por la vida, pero cuanto más desgraciadas más las quería el párroco, que reservaba para ellas toda su bondad. Juan María…veía en la educación cristiana de las niñas, el futuro de la cristianización del pueblo, pues cuando fueran madres de familia tendrían los criterios cristianos prontos para ser transmitidos a los hijos.

Las actividades pastorales de Juan María iban tejiendo en torno a los fieles un cerco pastoral que iba a dar un fruto claro: la transformación de Ars, que se produjo el año jubilar de 1827 con un famoso triduo que conmovió a la población entera y que despertó en muchos de sus hijos la mayor devoción. El éxito fue tan rotundo que Juan María dijo desde el púlpito: Ars ya no es Ars, ha cambiado. Y a partir de entonces comenzaron a llegar a Ars personas que querían confesarse con su cura, a razón de unos quince por día. Muy pronto comenzaría el número a crecer hasta cifras increíbles. Una auténtica multitud llegaría a apiñarse frente a su confesonario, esperando recibir del cura de Ars aliento espiritual, consejo, corrección y perdón.

Éxitos y dificultades

Cuando la revolución de julio de 1830 derribó para siempre el trono de los Borbones y advino el régimen de los Orleáns, un grupo de revolucionarios de Ars —siete, nada más—aprovechó la oportunidad para presentarse con insolencia en la rectoral y exigir de Juan María que se marchara porque estaban hartos de su severidad. Le molestaron de noche, tocaron cuernos bajo su ventana y lo colmaron de injurias y calumnias.

La ida a Ars para confesarse con el cura comenzó a convenirse en peregrinación a oírle y rezar con él. Esto fue sobre todo cuando, a raíz del cólera de 1832, Juan María dijo que era un signo de la ira de Dios. Oleadas de gente comenzaron a venir y Juan María se vio precisado a predicarles y a confesarles. Juan María, para distraer la atención de su persona, comenzó a propagar la devoción a Santa Filomena, que, por carecer de base histórica, su fiesta sería luego suprimida por Roma. Por otro lado, él, cuando se vio rodeado de peregrinos, tuvo de nuevo la idea de irse a otro sitio, porque se sentía indigno de tal atención. Decidida su marcha, luego fue el obispado el que cambió y por fin no fue a Fareins.

Volvió a intentar dejar Ars, escapando a Dardilly, su pueblo. Pero luego de hacer una peregrinación a Nuestra Señora de Beaumont, volvió a Ars. Poco después recibió al abate Raymond como auxiliar... Se hizo cargo de la parroquia para que Juan María atendiera a los peregrinos. Juan María prosiguió su intenso y agotador apostolado… El obispo le mostró su aprecio nombrándole canónigo. Hizo una fundación de misiones parroquiales, en lo que invirtió gruesas sumas procedentes de las limosnas que llegaban a sus manos.En 1853 se produjo una fuga sonada. Habían sustituido al abate Raymond por el abate Toccanier. Juan María aprovechó la circunstancia para tratar de huir, pero al hacerlo fue descubierto y hasta sonaron las campanas avisando al pueblo. No sin trabajo se logró disuadirlo. Mucha gente esperaba días y días para poder confesarse con él o hablarle. Al entrar en la iglesia, escoltado por el coadjutor, la gente se arracimaba en su entorno y le pedía bendijera a los niños, lo que Juan María hacía con emoción.

Juan María estuvo en el servicio de los fieles hasta casi última hora. Murió el jueves 4 de agosto de 1859, dulcemente, sin agonía.

Lo canonizó el papa Pío XI el 31 de mayo de 1925, y lo declaró patrono de los párrocos.

EVANGELIO JUEVES 04-07-2022 SAN MATEO 16, 13-23 XVIII SEMANA DE TIEMPO ORDINARIO

 





En aquel tiempo, aquel tiempo, al llegar a la región de Cesarea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos:
«¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?».
Ellos contestaron:
«Unos que Juan el Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o uno de los profetas».
Él les preguntó:
«Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?».
Simón Pedro tomo la palabra y dijo:
«Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios vivo».
Jesús le respondió:
«¡Bienaventurado tú, Simón, hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos.
Ahora yo te digo: tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará. Te daré las llaves del reino de los cielos; lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos».
Y les mandó a los discípulos que no dijesen a nadie que él era el Mesías.
Desde entonces comenzó Jesús a manifestar a sus discípulos que tenía que ir a Jerusalén y padecer allí mucho por parte de los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, y que tenía que ser ejecutado y resucitar al tercer día.
Pedro se lo llevó aparte y se puso a increparlo:
«¡Lejos de ti tal cosa, Señor! Eso no puede pasarte».
Jesús se volvió y dijo a Pedro:
«¡Ponte detrás de mí, Satanás! Eres para mí piedra de tropiezo, porque tú piensas como los hombres, no como Dios».

                                               Es palabra de Dios

REFLEXION

Es esta una pregunta que resuena a lo largo de la historia y se ha escuchado en todos los rincones del mundo. También hoy sigue llegando hasta nosotros. Los apóstoles respondieron con algo significativo: “Juan Bautista, Elías, Jeremías o uno de los profetas”. Es decir, una persona en la línea de los grandes profetas. Ellos trasmiten lo que oyen entre las personas con las que se encuentran.

Quizá olvidaron las respuestas negativas de la clase alta que decían de Jesús cosas “muy fuertes”, al acusarlo de borracho y “amigo de publicanos y pecadores” (Mt. 11, 19) con los que no tiene inconveniente compartir banquetes.

“Y vosotros, ¿quién decís que soy yo”?

¿Por qué esta pregunta?

Jesús tiene una identidad clara y es muy consciente de ello. Sus seguidores no son del todo conscientes de quién es Él. Han de ir descubriéndolo paulatinamente, por eso la pregunta ofrece la ocasión de definirse ante Él y manifestar así dónde se sitúan ante esta persona que los ha llamado como apóstoles, “enviados”. Es la forma de avanzar en su conocimiento.

La pregunta debió desconcertarlos. No resulta fácil responderla y menos cuando todavía no lo tienen claro. De alguna forma se sentirían paralizados. Dentro de cada uno todavía habría dudas y una especie de desconcierto al observar sus palabras y su comportamiento. Pedro, siempre tan espontáneo, rompió el silencio: «Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios vivo» (Mt 16, 16). Pedro, como el resto de los apóstoles, intuía que Jesús no era un profeta más. Él había percibido o descubierto que Jesús no era una persona común o corriente. Por eso respondió con sinceridad con esa confesión de fe.

La respuesta de Pedro se vio complementada con las palabras de Jesús: «Bienaventurado tú, Simón, hijo de Juan, porque esto no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre sino mi Padre Celestial. Por eso te digo que tú eres Pedro y sobre esta roca edificaré mi Iglesia…y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella» (Mt 16, 17-18).

Y ahí queda Pedro confirmado como líder de ese grupo que tras la muerte de Jesús y la venida del Espíritu Santo se convertirá en Iglesia. Una palabra griega que se usaba en las asambleas democráticas y que ha pasado a significar el grupo que sigue a Jesús y que quiere hacerlo presente en todos los tiempos. Con sus luces y sus sombras, el objetivo ha permanecido siempre vivo.

El relato se corta ahí. Lo que viene a continuación nos sitúa en otro escenario.

Conocer a Jesús para amarlo y seguirlo de verdad, no es algo que se adquiera de una vez para siempre. Es un proceso que exige fidelidad, oración, coherencia y esfuerzo para que todo se vaya afianzando en nosotros y así nunca sustituyamos a Jesús por esos “diosecillos” que nos presenta la sociedad. Tener presente ese proceso debe animarnos. Siempre podemos seguir avanzando confianza en su ayuda. Todos sabemos que no es fácil. A Pedro, a pesar de esa respuesta tan clara, podemos decir que le quedaba mucho trecho por andar y ahondar en el conocimiento de Jesús. Vendrían situaciones donde su conducta no dejaría claro quién era Jesús para él, si escuchamos sus denuestos en el juicio contra Jesús. Hubo hasta lágrimas al caer en la cuenta de que el miedo le había llevado a la traición. Tras ello siguió su proceso de maduración de la fe Todo ello le sirvió para levantarse y fiado en la gracia de Jesús, proclamó con entusiasmo a ese Jesús hasta dar la vida por Él.

Fray Salustiano Mateos Gómara O.P.
Convento de San Pablo y San Gregorio (Valladolid)

2/8/22

03 DE AGOSTO : BEATO AGUSTIN KASOTIC

 





Martirologio Romano: En Lucera, en la Apulia, beato Agustín Kazotic, obispo, de la orden de Predicadores, que en un principio estuvo al frente de la Iglesia de Zagreb y, posteriormente, por la hostilidad del rey de Dalmacia, asumió la sede de Lucera, donde desarrolló una gran obra de ayuda en favor de los pobres y los necesitados (1323).

Agustín Kazotic nació en Trogir, ciudad de la Dalmacia, en 1260. Tomó el hábito de los frailes predicadores antes de cumplir los veinte años. Estudió en la Universidad de París. El beato predicó con gran fruto a sus compatriotas y fundó en su patria varios conventos de su orden, a los que dio por lema las palabras de San Agustín: "Desde que estoy al servicio de Dios no he conocido hombres más buenos que los monjes que viven santamente, pero tampoco he conocido hombres más malos que los monjes que no viven como debieran".

Fue enviado a Hungría, donde conoció al cardenal Nicolás Boccasini, legado pontificio, quien sería más tarde Papa con el nombre de Benedicto XI. En 1303, el cardenal Boccasini consagró al Beato Agustín obispo de Zagreb, en Croacia.

El clero y toda la diócesis de Zagreb necesitaban urgentemente una reforma. El beato reunió varios sínodos disciplinares, cuyos cánones puso en ejecución en frecuentes visitas pastorales y fomentó las ciencias sagradas y el estudio de la Biblia mediante la fundación de un convento de la Orden de Santo Domingo. Además, asistió al Concilio ecuménico de Vienne (1311-12). A su retorno, sufrió la persecución del gobernador de Dalmacia, Miladino, contra cuya tiranía y exacciones había protestado.

Tras de regir durante 14 años la diócesis de Zagreb, el beato fue trasladado a la sede de Lucera, en la provincia de Benevento. Ahí trabajó por desarraigar la corrupción moral y religiosa que los sarracenos habían dejado tras de sí.

El beato poseía el don de curar a los enfermos. Su muerte ocurrió el 3 de agosto de 1323. Su culto fue oficialmente confirmado en 1702.

FUENTE : CATHOLIC.NET

EVANGELIO MIERCOLES 03-08-2022 SAN MATEO 15, 21-28 XVIII SEMANA DE TIEMPO ORDINARIO

 





En aquel tiempo, Jesús se retiró a la región de Tiro y Sidón.
Entonces una mujer cananea, saliendo de uno de aquellos lugares, se puso a gritarle:
«Ten compasión de mí, Señor Hijo de David. Mi hija tiene un demonio muy malo».
Él no le respondió nada. Entonces los discípulos se le acercaron a decirle:
«Atiéndela, que viene detrás gritando».
Él les contestó:
«Solo he sido enviado a las ovejas descarriadas de Israel».
Ella se acercó y se postró ante él diciendo:
«Señor, ayúdame».
Él le contestó:
«No está bien tomar el pan de los hijos y echárselo a los perritos».
Pero ella repuso:
«Tienes razón, Señor; pero también los perritos se comen las migajas que caen de la mesa de los amos».
Jesús le respondió:
«Mujer, qué grande es tu fe: que se cumpla lo que deseas».
En aquel momento quedó curada su hija.

                                  Es palabra de Dios

REFLEXION

Sospecho que a la gran mayoría de nosotros la primera vez que nos encontramos con el principio del pasaje evangélico de hoy nos pareció un tanto extraño. Nos chocó la actitud de Jesús, de ese Jesús que siempre le hemos visto atender a los que acuden y confían en él, que se mostrase reticente ante la petición de la mujer cananea de que cure a su hija poseída “por un demonio muy malo”, aduciendo que no era de Israel. Pero al fin, vemos al Jesús de siempre, que no se resiste ante quien tiene fe en él. “Mujer qué grande es tu fe: que se cumpla lo que deseas”.

El mismo Jesús nos invita a “pedid y se os dará, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá. Porque quien pide recibe, quien busca halla y a quien llama se le abre”. Ha venido hasta nosotros para no reservarse nada de él, sino para que “tengamos vida y vida en abundancia”. Y también nos pide que extendamos su persona y su mensaje a todo el mundo “Id por el mundo entero y predicad el evangelio”.

Fray Manuel Santos Sánchez O.P.
Convento de Santo Domingo (Oviedo)

1/8/22

02 DE AGOSTO : BEATA JUANA DE AZA

 




La beata Juana de Aza fue la madre de santo Domingo de Guzmán, fundador de la Orden de Predicadores. Proveniente de una familia noble, ella y su familia se llegaron a caracterizar por la ejemplaridad de sus virtudes y profunda vida cristiana.

Síntesis biográfica

  Juana nació en la villa de Aza hacia el año 1140. Heredó de su familia el señorío de Caleruega tras contraer matrimonio con Félix de Guzmán. Fruto de ese matrimonio nacieron tres hijos: Antonio (venerable), Manés (beato) y Domingo (santo y fundador de la Orden de Predicadores). De ella se afirma en la obra Vida de santo Domingo de 1272que era una mujer «honesta, casta, intachable, prudente y muy compasiva con los pobres y afligidos, brillando por su virtud y buena fama».

  Los hijos de Félix y Juana fueron educados en las virtudes de su madre. Todos los días las puertas del Torreón de los Guzmanes se abrían para repartir alivios y afectos a los pobres, transeúntes y peregrinos. Las vocaciones de sus hijos nacieron de la educación cristiana y vida ejemplar que les fue brindada en su hogar.

  La especial devoción de Juana de Aza por el monasterio benedictino de Silos y su santo fundador Domingo, es el origen del nombre de su hijo menor. Tras su muerte entre los años 1202 y 1205, se desarrolló una especial devoción hacia esta santa mujer en todas las localidades cercanas. El pueblo admira y recuerda sus virtudes de compasión, misericordia y generosidad con los más necesitados.

¿Qué nos dice hoy?

  Juana de Aza y su familia nos recuerdan el valor del amor, la educación y la convivencia familiar. La familia ocupa un lugar esencial e insustituible en la sociedad. El testimonio de vida de los Guzmanes nos ayuda discernir cuáles son aquellos valores esenciales que, a pesar de las transformaciones culturales, siempre desempeñarán un valor importante en la vida de las personas.

FUENTE :   DOMINICOS

EVANGELIO MARTES 02-08-2022 SAN MATEO 14, 22-36 XVIII SEMANA DE TIEMPO ORDINARIO

 





Después que la gente se hubo saciado, enseguida Jesús apremió a sus discípulos a que subieran a la barca y se le adelantaran a la otra orilla, mientras él despedía a la gente.
Y después de despedir a la gente subió al monte a solas para orar. Llegada la noche estaba allí solo.
Mientras tanto la barca iba ya muy lejos de tierra, sacudida por las olas, porque el viento era contrario. A la cuarta vela de la noche se les acercó Jesús andando sobre el mar. Los discípulos, viéndole andar sobre el agua, se asustaron y gritaron de miedo, diciendo que era un fantasma.
Jesús les dijo enseguida:
«¡Ánimo, soy yo, no tengáis miedo!».
Pedro le contestó:
«Señor, si eres tú, mándame ir a ti sobre el agua».
Él le dijo:
«Ven».
Pedro bajó de la barca y echó a andar sobre el agua acercándose a Jesús; pero, al sentir la fuerza del viento, le entró miedo, empezó a hundirse y gritó:
«Señor, sálvame».
Enseguida Jesús extendió la mano, lo agarró y le dijo:
«¡Hombre de poca fe! ¿Por qué has dudado?».
En cuanto subieron a la barca amainó el viento.
Los de la barca se postraron ante él diciendo:
«Realmente eres Hijo de Dios».
Terminada la travesía, llegaron a tierra en Genesaret. Y lo hombres de aquel lugar apenas lo reconocieron, pregonaron la noticia por toda aquella comarca y le trajeron a todos los enfermos.
Le pedían tocar siquiera la orla de su manto. Y cuantos la tocaban quedaban curados.

                                       Es palabra de Dios

REFLEXION

El texto del Evangelio es amplio en el mensaje que hoy nos revela. Sin embargo, esta pequeña frase: “subió al monte a solas para orar” resuena como clave de lectura, no sólo de lo que se relata a continuación, sino también del compromiso que Jesús tiene por vivir y realizar la voluntad del Padre en todas las circunstancias: “¿Quién arriesgaría su vida por ponerse cerca de mí?”.

Según el relato de este capítulo, las circunstancias vividas en aquellos días y en aquel día, habían sido muy intensos: el asesinato de Juan Bautista, el deseo de Jesús por tener un tiempo para sí mismo en un lugar despoblado y la necesidad de responder a las diversas carencias de un gentío inmenso que le localiza incansablemente...  Sólo le queda la noche... Tiempo y Punto de Encuentro con el Padre. Espacio de búsqueda y de comprensión de lo que está pasando. Soledad y silencio para escuchar al Amor.

Reconstruido internamente, Jesús sale al encuentro de los discípulos, que no se encuentran tampoco en la mejor situación: en la barca, rumbo a la otra orilla, tal y como Jesús les había pedido, los vientos eran contrarios... reconocer la presencia del Maestro en circunstancias adversas es difícil... normalmente le queremos encontrar como “normalmente” ya le hemos encontrado... es normal confundirle con un fantasma... La situación da miedo... y aunque queremos y deseamos profundamente arriesgar la vida por ponernos cerca de Jesús, a veces la fe se nos revela pequeña y frágil, sentimos que nos hundimos, clamamos: “Señor, sálvame”.

La duda hace parte del camino de la fe. Gracias a la duda damos saltos de fe profundamente significativos, nos abandonan nuestras certezas y experimentamos que nos hundimos para nuevamente poder reconocer que Él, realmente es el Hijo de Dios. Y así, entre dudas y certezas continuamos la travesía para llegar a dónde Él tiene que llegar y realizar la misión que Él tiene que realizar. Aunque vivir así, de esta forma, asumiendo la vida de fe, implica abrazar un día muy atareado y una noche como espacio de soledad y silencio, de Punto de Encuentro con el Señor.

Hna. Ana Belén Verísimo García OP
Dominica de la Anunciata