Un sábado, iba Jesús caminando por medio de un sembrado y sus discípulos arrancaban y comían espigas, frotándolas con las manos.
Es palabra del Señor
REFLEXION
Nadie más libre que Cristo. Su libertad no brota de un capricho o de abuso de poder o de un libertinaje. La libertad de Cristo nace en el corazón del Padre, su libertad es la voz de Dios que va más allá de la letra. Cuando Jesús aparentemente viola un mandato judío, está manifestando que el acento de la libertad no es consecuencia de un razonamiento humano, sino de una fe encarnada que da a la mirada del corazón ternura, misericordia, caridad, compasión, comprensión y audacia para denunciar todo lo que no lleve el sello del amor, como Jesús mismo dirá: “no he venido a abolir la ley sino a darle plenitud”, a humanizar la rigidez para que no sea la ley quien regule el amor, sino el amor quien regule la ley. La ley forma parte del orden, que es necesario, pero el amor regula la esencia de la ley para descubrirnos el verdadero rostro de cada ser humano. Detrás de cada persona hay una historia de Salvación, que incluso ella misma desconoce, esa historia tiene como protagonista principal a Dios que se ha acercado al ser humano y lo ha amado como es, a través del Hijo. En este pasaje Jesús nos descubre que la escalada de la libertad pasa por el conocimiento del amor y desde ahí es posible establecer un orden nuevo que tenga en cuenta la dignidad del ser humano, su realidad y su necesidad, porque ese ser humano ha sido rescatado a un precio muy alto: “es mi carne por la vida del mundo”, nos dirá Jesús y nos dice cada día en esa realidad doliente de cada persona que es aplastada por cualquier ley injusta, desde su concepción hasta su muerte.



