En aquel tiempo, vinieron a Jesús su madre y sus hermanos, pero con el gentío no lograban llegar hasta él.
Es palabra del Señor
REFLEXION
Los primeros cristianos fueron perseguidos bajo la acusación de ateísmo. Su religión era muy extraña en comparación con las otras. No tenían templos, se reunían en las casas. No ofrecían animales ni libaciones, pues todo eso había sido suplido con creces con la Eucaristía. No tenían “lugares sagrados”, sino que era sagrado todo lugar por el hecho de reunirse la comunidad. En realidad, no eran ateos. Es que su Templo, lugar de encuentro con Dios, era el mismo Jesús reunido con su cuerpo eclesial.
En el evangelio de hoy vemos cómo Jesús, forma una familia. No basada en la sangre, ni en el parentesco, sino en la comunión profunda entre Cristo y su misión: “Mi madre y mis hermanos son estos: los que escuchan la Palabra de Dios y la ponen por obra”.
La distinción radical entre sagrado y profano, se rompe con la encarnación. El Hijo de Dios se hace hombre para que la humanidad llegue a ser hija de Dios. Dios aquí y ahora para nosotros.
El lazo de unión está claro: escuchar y poner por obra. De este modo, toda persona es vista y se transforma en templo de Dios. Toda comunidad es Casa de Dios.
Nuestra tarea como cristianos es construir hogar, familia. Construyamos un hogar en nuestro corazón y edifiquemos la comunidad cristiana no como una institución fría, sino como una familia que acoge en su hogar, con Cristo, como Cristo y gracias a Él.