El hombre bueno, de la bondad que atesora en su corazón saca el bien, y el que es malo, de la maldad saca el mal; porque de lo que rebosa del corazón lo habla la boca.
¿Por qué me llamáis “Señor, Señor”, y no hacéis lo que digo?
Todo el que se viene a mí, escucha mis palabras y las pone en práctica, os voy a decir a quién se parece: se parece a uno que edificó una casa: cavó, ahondó y puso los cimientos sobre roca; vino una crecida, arremetió el río contra aquella casa, y no pudo derribarla, porque estaba sólidamente construida.
El que escucha y no pone por obra se parece a uno que edificó una casa sobre tierra, sin cimiento; arremetió contra ella el río, y en seguida se derrumbó desplomándose, y fue grande la ruina de aquella casa».
Es palabra del Señor
REFLEXION
En el Evangelio, el Señor nos hace una llamada a la autenticidad, a cultivar un corazón bueno y a derramar desde ahí la bondad a nuestro alrededor. Para ello nos invita a guardar su Palabra, a recibirla como tierra buena que acoge la semilla y da fruto, perseverando. Así seremos hombres y mujeres de una pieza, llenos de la alegría, la paz y la fuerza del Señor. Vendrán dificultades, pero nosotros permaneceremos inamovibles.
Cimentados en Cristo, realizando la verdad en el amor, haremos crecer todas las cosas hacia Él (cf. Ef 4, 15). Seremos una casa bien construida, morada de Dios, cobijo para los demás. Porque, de esa manera, sabremos bien de dónde venimos y a dónde vamos, y en nuestro caminar hacia la meta iremos sembrando el amor. Pasaremos haciendo el bien, como nuestro Maestro.
Que, a través de estas lecturas, el Espíritu Santo despierte en nosotros el anhelo apremiante de vivir plenamente lo que somos: discípulos de Cristo, hijos de Dios, criaturas nuevas, redimidas, cimentadas en la misericordia, colmadas del amor de Dios.



