En aquel tiempo, el tetrarca Herodes se enteró de lo que pasaba sobre Jesús y no sabía a qué atenerse, porque unos decían que Juan había resucitado de entre los muertos; otros, en cambio, que había aparecido Elías, y otros que había vuelto a la vida uno de los antiguos profetas.
Y tenía ganas de verlo.
Es palabra del Señor
REFLEXION
El Evangelio de hoy nos relata cómo el rey Herodes se encuentra perplejo e inquieto ante lo que escucha decir sobre Jesús. Las palabras de Jesús, su vida, su profundidad, su liderazgo, su identidad generan miedo a quienes lo único que cuenta es “el poder”, independientemente de la forma que éste se presente.
Hoy, al igual que ayer, hay muchas formas de quitar de en medio a Jesús. Una de ellas es reducirlo a “un sin nadie”, un delincuente, un perturbador del orden establecido…
Es curioso, en boca de Herodes se nos presenta una pregunta vital. Es la pregunta que atraviesa todo el Evangelio y a la cual debemos dar una respuesta: ¿quién es este?
No importa quién nos ofrece la pregunta. Sabemos que el rey Herodes no era un seguidor de Jesús. El Evangelio nos presenta un hombre inquieto, que “buscaba verlo” por curiosidad, tal vez incluso, para quedarse con la conciencia tranquila después de la muerte de Juan el Bautista. Sabemos que la inquietud no llevó a Herodes al encuentro personal, a la conversión. Sencillamente, no llego a conocer ni a reconocer al Hijo de Dios en Jesús.
Necesitamos estar bien atentos/as. También nosotros/as podemos reducir a Jesús a un personaje del pasado: profeta, maestro, sabio… y no reconocerlo como el Señor de nuestra vida, el Hijo de Dios.
La pregunta sobre la identidad de Jesús se convierte en el punto de inflexión del evangelio. Sin embargo, no es suficiente preguntarnos quién es Jesús. La fe comienza cuando dejamos que Él se revele en nuestra vida y somos capaces de responder con la vida: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo” (cf. Lc 9,20). Es entonces, cuando se da el paso al discipulado: escuchando, acogiendo y convirtiéndonos en testigos.
Así pues, la liturgia de la Palabra de hoy nos hace una llamada a estar atentos/as porque tanto el poder como la comodidad pueden nublar el corazón, impidiendo reconocer la presencia de Dios en nuestro día a día.