Es palabra de Dios
REFLEXION
El Evangelio de esta Solemnidad nos desmonta toda idealización posible y, al mismo tiempo, nos descubre cómo Dios, conociendo de sobra el corazón humano, no se escandaliza de él; es más, cómo es capaz de servirse de lo más ruin y mezquino para comenzar a realizar su obra en nosotros.
Santiago y Juan aspiran a ser algo en esta vida, como cualquiera de nosotros. Lo sorprendente es que Jesús, al escuchar la petición –en boca de su madre, en este pasaje- no se escandaliza ni les regaña. Cierto que les dice “no sabéis lo que pedís”; pero decide servirse de su ignorancia y también entusiasmo, aunque sea algo imperfecto, para llevarles más allá. Cuando contestan convencidos que son capaces de beber el cáliz siguen sin tener ni idea de lo que eso significa, pero no importa: “mi cáliz lo beberéis”. Tampoco nosotros tenemos mucha idea de lo que pedimos y menos aún de lo que aseguramos que estamos dispuestos a pasar en los momentos de fervor y mayor ardor, pero Dios acoge eso, aunque tenga bastante de nuestra ignorancia y vehemencia; pero ya se encargará de purificarlo. No se trata por tanto de acallar los sueños, los anhelos y los entusiasmos, tampoco el fervor, aunque esté poco aterrizado; sino que se trata de beber el cáliz y permanecer en la misión y la fidelidad cuando nos demos cuenta que no tenía nada que ver con lo que nosotros creíamos.
Cuántas veces nuestros deseos de evangelizar y de dar testimonio tienen un alto porcentaje de búsqueda de nosotros mismos, de reconocimiento o compensación de nuestros complejos, de ser servidos más que de servir. Cuántas veces nos creemos que seremos nosotros quienes llevemos a Cristo y descubrimos que es Él quien nos espera en la misión misma. La experiencia de la misión – a veces sin salir de nuestros entornos más cotidianos– nos hace descubrir que aquel Dios que creíamos dominar, poseer, del que íbamos a dar testimonio tiene demasiado de nuestro ego, y que nuestras certezas -¿Sois capaces? ¡Podemos!- se disuelven tan pronto como las dificultades empiezan. No importa, Dios se vale de todo ello, ya contaba con nuestras mezquindades y conocía nuestro corazón cuando nos llamó. En el proceso mismo se aquilatarán nuestras intenciones y la experiencia –marcada por la cruz- purificará nuestras ansias de ser y ser servidos, buscar el poder y querer dominar e imponer. La clave estará –porque nunca dejamos de ser libres- en aceptar que nuestras seguridades se desmoronen y nuestras ansias de poder se frustren un poco para acoger la novedad del Espíritu en una misión de la que no somos dueños ni guionistas; o en rebelarnos y mantenernos en nuestros trece, haciendo infecundo cualquier intento de ser testimonio creíble, por muy bien que hablemos, hagamos planes pastorales u organicemos la vida de los demás.