En un sentido análogo al de la primera lectura, el Evangelio pone en boca de Jesús la parábola del Sembrador. Mucho se ha comentado respecto a los ámbitos en que cae esta semilla que es la Palabra de Dios, ámbitos y situaciones en que sin duda nos reconocemos: la acedía, las malas influencias mediáticas y personales, los agobios propios de la vida, las contradicciones... pero entiendo que también habríamos de contemplar más nuestro rol de sembrador.
Porque es indudable el protagonismo fundamental del Señor en la proclamación de la Palabra, Él que lo es por antonomasia, pero sin duda también nosotros hemos sido elegidos para sembrar en todos y cada uno de los ámbitos en que nos movemos. En este sentido, yo animaría a reflexionar sobre nuestros ámbitos de predicación, si realmente sembramos o solamente arrojamos las semillas, si nos acercamos con actitud de amor y servicio o nos dejamos llevar por cierta molicie “profesional” a nuestros hermanos los hombres, los próximos y los más lejanos.
Creo finalmente que esta parábola tiene que hacernos reflexionar sobre mi vida y mis actitudes respecto a Dios, el Decálogo, el Mandamiento nuevo del Amor y cómo puedo hacerlo Vida en mi vida y en la de mis hermanos los hombres, tanto los que están en el camino como los que están entre las zarzas... y esperar confiados en que mi palabra y mis actos lleven en verdad al Señor a este mundo difícil al que nos toca amar y servir.
Dios nos necesita, aunque todo o casi todo lo haga Él.
"Sólo Dios puede dar vida; pero tú puedes ayudar a transmitirla.
Sólo Dios puede dar la fe; pero tú puedes dar tu testimonio.
Sólo Dios es el autor de la esperanza; pero tú puedes ayudar a tu amigo a encontrarla.
Sólo Dios puede dar amor; pero tú puedes enseñar a otros cómo se ama.
Sólo Dios puede hacer lo imposible; pero tú puedes hacer lo posible.
Sólo Dios hace que bajo el sol crezcan los trigales; pero tú puedes triturar ese grano y repartir ese pan.
Sólo Dios puede impedir las guerras; pero tú puedes no reñir con tu mujer o tu hermano.
Sólo a Dios se le ocurrió el invento del fuego; pero tú puedes prestar una caja de cerillas.
En realidad, ya ves que Dios se basta a sí mismo; pero parece que prefiere seguir contando contigo, con tus nadas, con tus casi nadas".
(José Luis Martín Descalzo)