Primera Lectura
Lectura del libro de la Sabiduría 12, 13. 16-19
Es palabra de Dios
Salmo
Sal 85, 5-6. 9-10. 15-16a R/. Tú, Señor, eres bueno y clemente.
Segunda Lectura
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos 8, 26-27
Iª Lectura: Sabiduría (12,13.16-19): Un Dios justo e indulgente
I.1. La lectura, del libro de la Sabiduría, viene en el contexto de las afirmaciones sobre el monoteísmo de Israel frente a los egipcios y los cananeos. Forma parte de una sección apologética sobre el único Dios al que merece la pena otorgarle confianza, el Dios de Israel, que supera en poder y en amor a los dioses de los egipcios y los cananeos. Sabemos que hoy no se plantea así el tema de Dios, por lo menos desde el punto de vista ecuménico. Pero lo que vale en definitiva, como teología positiva, son las acciones de este Dios: El cuida de todo lo que existe y a nadie tiene que demostrar que es justo. ¿Cómo? porque su fuerza, su poderío, está en la justicia, en la indulgencia, en la benignidad. Esta última sección, pues, ilustra el monoteísmo de Israel frente a los dioses cananeos, porque ellos (que no existen, que no son nada), admitían sacrificios de niños y de seres humanos.
I.2. El Dios de Israel, por el contrario, al otorgar a todos los hombres la dignidad de ser hijos, dignifica la misma religión y condena con ello todo lo que no sea una religión de vida y de amor. Este sería el sentido actual de este texto con el que conviene medirse para que aprendamos a hacer de la religión camino de vida y no de muerte. Incluso los que no cuentan con Dios, por ateos o agnósticos, no deben temer, ya que Dios sí cuenta con ellos, con sus valores y con sus compromisos, porque El es un Dios justo.
IIª Lectura: Romanos (8,26-27): El Espíritu, presencia en nuestra debilidad
II. 1. Por tercer domingo consecutivo, volvemos sobre la carta a los Romanos (8,26-27) y sobre el papel del Espíritu en la vida cristiana. En este caso, Pablo afronta en dos versos preciosos una de las experiencias más grandes del ser humano: la interiorización de la oración. El Espíritu que conoce nuestra debilidad, -al contrario de la Ley-, que sabe hasta dónde podemos llegar y hasta dónde no, vive dentro de nosotros para poder acceder a la intimidad de Dios para pedirle, rogarle y exponerle nuestras cosas, nuestras necesidades y nuestros anhelos.
II.2. Por eso, cuando Dios examina nuestro corazón no lo encuentra vacío, sino que allí el Espíritu se ha metido hasta el fondo de nuestro ser. Esa simbiosis teológica es una de las afirmaciones más atrevidas de la teología paulina y uno de los aportes más comprometidos. Por medio del Espíritu, pues, aprendemos, no solamente que Dios nos ha creado, sino que no nos abandona nunca a la impotencia de nuestra debilidad. Por eso, el Dios de Jesús, que es el Dios de Israel, es un Dios comprometido. El mismo Espíritu de Dios gime dentro de nosotros, sufre con nosotros, anhela con nosotros la liberación. No estamos solos, sino que nos acompaña Dios con su Espíritu
II.3. Pablo no habla en este caso de experiencia extraordinaria del Espíritu que algunos buscan en dones extraordinarios, como la "glosolalia" descrita en 1Cor 14. Se trata de esa presencia permanente del Espíritu de Dios en nuestro espíritu personal, que nos acompaña, que nos conoce, que nos estimula. En el fondo es una presencia continua de Dios en toda persona a la que siempre podemos recurrir, en todo momento. El Espíritu no está en nosotros para pronunciar palabras irreconocibles o imposibles (como sucede en la famosa “glosolalia”), sino que es un “paráclito”, protector y acompañante divino, que se hace humano en nuestra debilidad para impulsarnos hacia Dios y hacia la felicidad.