Jesús dio gracias al Padre porque “no he perdido a ninguno de los que me diste”. Es un buen propósito y digno de ser imitado por toda persona de cualquier raza, cultura o creencia. Sin embargo, la vida de cada día está llena de heridos, de maltratados, de excluidos, de descartados.
Nos guste más o nos guste menos, somos responsables unos de otros. Crece la evidencia de cómo repercuten las acciones de cada persona y de cada colectivo humano en la vida de los demás y cómo repercuten las acciones de los demás en la vida de esa persona o de ese colectivo.
A todos (no solo a creyentes, no solo a cristianos) nos viene bien escuchar: «Si tú no hablas poniendo en guardia al malvado para que cambie de conducta…», «a nadie debáis más que amor…», «si tu hermano peca, repréndelo…». Son palabras incómodas, pueden flaquearnos las fuerzas en el propósito, pero no estamos solos; tenemos un sentido fraterno en que crecer, una comunidad en que apoyarnos, una presencia del mismo Jesús entre quienes se reúnen (actúan) en su nombre (inspirados por él).
Fray José Antonio Fernández de QuevedoReal Convento de Santo Domingo (Almería)