Y, enrollando el rollo y devolviéndolo al que lo ayudaba, se sentó. Toda la sinagoga tenía los ojos clavados en él.
Al oír esto, todos en la sinagoga se pusieron furiosos y, levantándose, lo echaron fuera del pueblo y lo llevaron hasta un precipicio del monte sobre el que estaba edificado su pueblo, con intención de despeñarlo. Pero Jesús se abrió paso entre ellos y seguía su camino.
El evangelio de hoy nos presenta Jesús hablando, predicando en la sinagoga de Nazaret, el pueblo donde se había criado. Hace la lectura de un texto del profeta Isaías. En el que se dice que el Espíritu del Señor está sobre él y le ha enviado a dar la buena noticias a los pobres, a los cautivos, a los oprimidos. Al acabar ese texto de Isaías, Jesús ante el asombro e sus oyentes y vecinos, dice que se cumple en él. Es su misión para la que ha venido hasta nosotros. En un primer momento sus oyentes “le expresan su aprobación y se admiraban de las palabras de gracia que salía de sus labios”. Pero, en un segundo momento, principalmente cuando Jesús les recuerda ciertos episodios históricos donde los beneficiados de la acción de Dios no son judíos, “se pusieron furiosos”, y le llevan fuera del pueblo con intención de despeñarlo. Pero Jesús “se abrió paso entre ellos y se alejaba”. En este fragmento, con todas las particulares de los vecinos de Jesús, vemos la que va a ser la trayectoria de Jesús a lo largo de su predicación. Unos van a acoger sus palabras como cargadas de sentido, de vida y de salvación…. Y otros las van a rechazar… hasta culminar en el rechazo último en un juicio injusto que le llevó a morir en lo alto de una cruz. Estas dos posturas, de aceptación y de rechazo, se siguen produciendo en nuestros días. Pidamos a Jesús que nos siga concediendo la gracia de aceptarle como nuestro salvador que nos regala palabras de vida y de vida eterna. |