En aquel tiempo, al salir Jesús de la sinagoga, entró en la casa de Simón.
Y predicaba en las sinagogas de Judea.
Es palabra de Dios
REFLEXION
El texto evangélico que escuchamos hoy se encuentra al comienzo del evangelio de Lucas, justo cuando Jesús ha comenzado su vida pública. Tras una experiencia de rechazo en su pueblo de Nazaret, marchó a Cafarnaún, donde estuvo algún tiempo, pues el texto nos dice que los sábados enseñaba en la sinagoga, provocando un enorme asombro por la autoridad de sus palabras, capaces de expulsar demonios.
Le vemos también en casa de Simón curando a su suegra de una fiebre muy alta que la tenía postrada. Pero hay mucho más: los que tenían enfermos con las dolencias más diversas se los llevaban, y él poniendo las manos sobre cada uno de ellos los curaba. La redacción nos permite pensar que eso no fue cosa de un día, que la actividad de Jesús en aquel momento incluía curar, sanar, salvar… a todos los que acudían a él. Porque así se expresaba la voluntad de Dios hacia todos sus hijos, porque lo que buscaba era el bien para todos. Sin condiciones. Ni siquiera parece necesario que la persona tome la decisión, bastaba con que alguien lo acercara a Jesús para recibir su bendición sanadora…
Dios no mercadea ni negocia con nosotros, simplemente nos sana porque nos quiere bien. No caigamos en el error de pensar que curó a la suegra de Pedro para que pudiera servirles, no. El objetivo es curar. Lo que ocurre es que, cuando alguien se sabe y se siente curado por ese amor incondicional de Dios, se siente también capacitado e impulsado a vivir al estilo de Jesús, que nos muestra que el sentido de una existencia plena está íntimamente vinculado con el servicio.
Con todas las lagunas, las torpezas y las caídas propias de nuestra fragilidad, pero con la certeza y la confianza que nos dan su palabra y su vida.