En aquel tiempo, junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre, María, la de Cleofás, y María, la Magdalena.
Y desde aquella hora, el discípulo la recibió en su casa.
Casi en el final del relato de la crucifixión y muerte de Jesús, el evangelista vive en primera persona los momentos finales de la vida del Maestro. Es testigo privilegiado de cómo se están cumpliendo lo que de “el Mesías” decían las escrituras: «se repartieron sus ropas y echaron a suerte su túnica». Jesús es consciente que vive sus últimos momentos, los latigazos, las espinas de la corona, las injurias y los clavos han hecho mella en su estado de salud, la pérdida de sangre ha sido cuantiosa. La mayoría de sus íntimos han desaparecido, solamente su Madre, la hermana de su Madre y María la Magdalena, junto al discípulo que tanto quería, se encontraban cercanos a la cruz, y en un gesto de entrega total encarga a Juan el cuidado de su madre, convirtiéndolo en su propio hijo y a María la constituye en “Madre de todos los creyentes”. María vive profundamente todo por lo que está atravesando su hijo, siendo fiel a los designios del Padre, cargando sobre sí los pecados del mundo y entregando su vida por la redención de todos; y ella sufre con intenso dolor la entrega total y sin condiciones que Jesús asume hasta sus últimas consecuencias, angustiada por la impotencia que genera no poder ayudarle, salvo ser testigos de su final. María acepta con amor total la protección de todo el género humano y como a tal la veneramos como Madre, Reina y Señora de todo lo creado. |