Entonces el demonio, tirando al hombre por tierra en medio de la gente, salió sin hacerle daño.
Y su fama se difundía por todos los lugares de la comarca.
“Su palabra estaba llena de autoridad”, así lo reconocían quienes escuchaban las enseñanzas del Señor en las sinagogas o por los caminos, pueblos y ciudades que recorría. Hoy nuestro mundo está lleno de palabras, de ruidos, de promesas falsas, engañosas, embaucadoras…. Ante tal avalancha de palabrería barata, ¿somos los creyentes capaces de crear un espacio interior en nuestra vida para escuchar y percibir la Palabra de Dios?, más aún, ¿tenemos experiencia del poder sanador y liberador de las palabras, obras y enseñanzas de Jesús que generosamente cada día se nos proclama en la Mesa de la Eucaristía, en la celebración de la Liturgia de las Horas y de la que también podemos alimentarnos con la lectio divina personal, comunitaria o en grupo para no solo escucharla o leerla, sino interiorizarla, saborearla, meditarla, orarla?
Es conveniente que nos preguntemos: ¿Qué valor doy en mi vida a la Palabra de Dios, qué atención le pongo?, ¿qué tiempo le dedico?, ¿guía ella mis pasos? La palabra del Señor viene a iluminarnos, a mostrarnos el camino, a quitarnos los miedos, los complejos, las cobardías, los apegos malsanos, todo tipo de enfermedades que no hacen sino esclavizarnos y aprisionar nuestra mente y nuestro corazón impidiendo que nos movamos y actuemos con libertad de espíritu.
Ante el desprecio del maligno a Jesús cuando le dice: ¿Qué tenemos que ver nosotros contigo, Jesús Nazareno? ¿Has venido a acabar con nosotros? Podemos responder sin miedo a equivocarnos que Dios sí quiere ver con nosotros, a Dios sí que le interesa el ser humano, tanto que quiso hacerse uno como nosotros haciéndose Hombre en el vientre virginal de una joven mujer, María. Él no vino a destruirnos sino a darnos la plenitud, a mostrarnos la senda que conduce a la Vida, no vino ni viene a quitarnos nada, sino a darnos y a dársenos del todo…
Cuando oigamos otro tipo de voces que tratan de confundir y destruir al ser humano e ignorar la dimensión transcendente y espiritual que nos han regalado, seamos valientes y con Jesús digamos “cállate y sal”, no prestemos atención, porque el Señor no nos ha dado un espíritu cobarde, sino un espíritu de energía, amor y buen juicio.