En aquel tiempo, la gente se agolpaba en torno a Jesús para oír la palabra de Dios. Estando él de pie junto al lago de Genesaret, vio dos barcas que estaban en ¡a orilla; los pescadores, que habían desembarcado, estaban lavando las redes. Subiendo a una de las barcas, que era la de Simón, le pidió que la apartara un poco de tierra. Desde la barca, sentado, enseñaba a la gente.
Y, puestos a la obra, hicieron una redada tan grande de peces que las redes comenzaban a reventarse. Entonces hicieron señas a los compañeros, que estaban en la otra barca, para que vinieran a echarles una mano. Vinieron y llenaron las dos barcas, hasta el punto de que casi se hundían. Al ver esto, Simón
Entonces sacaron las barcas a tierra y, dejándolo todo, lo siguieron.
Hoy como ayer las personas buscamos experiencias que nos ayuden a orientarnos, a asumir los desafíos que la realidad pone frente a nosotros.
El evangelio de hoy es una invitación a la confianza. Nos presenta a Jesús en medio de la vida de la gente. Jesús tiene una palabra que quiere compartir. Esa palabra de vida se vuelve propuesta de acción en el pedido a Pedro de entrar mar adentro.
Frente a la lógica de la posibilidad Jesús propone la audacia de la confianza en su palabra.
Para Lucas la pesca es símbolo de la vida y acción de la Iglesia. En este mar de la realidad en que vivimos el Señor nos alienta a “remar mar adentro”. Renovando nuestra confianza. Pero como nos recordaba el Papa Francisco en las Jornada Mundial de la Juventud: «Para echar nuevamente las redes al mar, es necesario dejar la orilla de las desilusiones y del inmovilismo, tomar distancia de esa tristeza dulzona y de ese cinismo irónico que nos asaltan frente a las dificultades. Es necesario hacerlo para pasar del derrotismo a la fe, como Simón que, aun habiendo trabajado en vano toda la noche, afirmó: Si tú lo dices, echaré las redes.»
La respuesta de aquellos pescadores les cambio la vida y la forma de afrontar los desafíos. Que también nosotros nos dejemos renovar y alentar por la propuesta del Señor.