La Iglesia celebra hoy la Natividad de la gloriosa Virgen María, cuya vida incomparable ilumina toda la Iglesia. Natividad de Santa María Virgen, de la descendencia de Abraham, de la tribu de Judá, del real linaje de David... Llamada apremiante a sumarnos al gozo de la fiesta. Con alma y corazón cantamos la gloria de Cristo en esta sagrada solemnidad de la excelsa Madre de Dios, María, a nuestros hermanos de todo el mundo y, siguiendo la liturgia, contemplemos a María brillando en la Iglesia e invitándonos a confiar en su poderosa intercesión ante Dios.
Alegría, confianza, ofrecimiento
Tres sentimientos llenan hoy nuestro corazón: Tres sentimientos que llenan de amor el alma de un creyente al contemplar el nacimiento de María. Fiesta de familia... Hay que acercarse a felicitarla, y... a felicitarnos todos con ella. Es día de regocijo íntimo. Los viejos cristianos de Roma, siguiendo la costumbre de sus hermanos primeros cristianos del Oriente, encendían antorchas, marchaban en procesión presididos por el papa, a la iglesia de Santa María la Mayor, mientras cantaban letanías suplicantes rebosando cariño y amor de hijos.
«Tu natividad, Virgen Madre de Dios, es anuncio de gozo para el universo mundo», canta la Iglesia. Alegría ecuménica, universal. Gozo para la tierra. Nuestra redención alborea. Pronto nacerá el Salvador. Clarea el día. Ha pasado la noche del pecado. Amanece... Una Virgen nace con promesa infalible de redención y vida para el mundo. «Dichosa eres Santa Virgen María y muy digna de alabanza. De ti ha salido el sol de justicia, Cristo nuestro Dios», corearemos con emoción en el aleluya de la misa. Sí, tú eres la aurora que anuncia el sol: Cristo Jesús derrotará nuestra muerte y nos regalará la vida para siempre.
También se alegran los cielos. Con María, la tierra empezó a parecer hermosa a sus moradores. Dios no tenía dónde fijar su mirada. Tinieblas de pecado envolvían al mundo. Pero ahora brilla una estrella luminosa. Es María recién nacida. Un alma enteramente intacta, limpia, inmaculada... Y la mirada de las tres divinas personas se complace por primera vez al mirar la tierra. Momento inefable. Algo insólito. La fragancia de una ofrenda, el sacrificio de un corazón enamorado de Dios, subía por primera vez desde el mundo. Padre, Hijo, Espíritu Santo, con amor indecible, contemplan y miran a esa niña, bendita ya entre todas las mujeres... Y se deleitan y extasían... Me enseñan a mirarla, a quererla, a gozarme de su nacimiento, que me anuncia una vida nueva que nunca pasará. Jesucristo, vida divina, que se encerrará en sus entrañas purísimas para nacer un día en este valle de lágrimas. Al salir de su seno virginal «no marchitó la integridad de su madre, sino que la santificó», proclama la Iglesia en la liturgia de esta fiesta.
El día en que le impusieron el escapulario, decía un militante obrero francés: «No sé cómo explicar la alegría que siento al venme por completo bajo la protección de María». ¡Qué seguridad para un bautizado sentirse por entero bajo el cariño de la Virgen! Nace en ese sacramento para ser hermano de Cristo, Primogénito de una multitud de hermanos (Rom 8, 29), y ser hijo de la Virgen. Es el gozo que sintió Dante al llegar al paraíso y detenerse a contemplar a María. «Vi en ella tanta alegría -escribe- que la derramaba a todos los santos espíritus creados para vivir en esas alturas». La liturgia nos invita a saltar de júbilo. «Se alegre tu Iglesia, Señor, y se goce en la natividad de la Virgen María, que fue para el mundo esperanza y aurora de salvación». (orac. com.).
La Iglesia contempla gozosa a la Virgen
Felicidad y gozo en «olvido deleitoso de sí y de todas cosas» (Juan de la Cruz). ¡Madre querida! Quiero imitarte en el aniversario de tu nacimiento. Nacer para Dios. Vivir sólo para el amor. Me faltan fuerzas para desaparecer, ocultarme en olvido perfecto de gustos, criterios, afectos. Tú me lo alcanzarás. Quiero encontrarme contigo, quiero abrazarte en este día.
La mirada de Dios Padre descansa amorosa en esa niña que acaba de nacer. Enamoraba su corazón de Padre. ¡Le deleita tanto mirarla...! No dejará de hacerlo ni un instante, hasta que se la lleve con él... ¡Le gustaba tanto todo lo que hacía! Escudriñaba, sobre todo, el amor que ardía en su corazón inmaculado. EI deseo de agradarle siempre y de complacerle en los más insignificantes detalles...
Ella va a ser esposa y madre del Verbo. Virgen de vírgenes, será para todos modelo de intimidad con Cristo, de fidelidad al esposo querido. «La Iglesia contempla gozosa a la Virgen como purísima imagen de lo que ella misma, toda entera, ansía y espera ser», enseña el Vaticano II en la constitución de la Sagrada Liturgia.
La Iglesia pide a Dios en la oración colecta de hoy:
«Concede, Señor, a tus hijos el don de tu gracia. Así, cuantos recibimos las primicias de la salvación por la maternidad de la Virgen María, conseguiremos aumento de paz en la fiesta de su natividad».
Aumento de serenidad que nos haga gozar de intimidad en dulce coloquio con ella y nos haga olvidar lo caduco. El amor hacia ella nos llevará a prescindir de todo. «Tu carta me llegó -escribía San Bernardo a su amigo Guillermo de Saint-Thierry- en la mañana de la Natividad de la Virgen. Pero el amor que siento por ella me absorbió de tal forma, que no me dejó lugar a pensar en otra cosa». Este día glorioso está lleno de María. Y también llena la Virgen la vida de sus hijos.
Tomás Morales, S.J.