En aquellos días, Jesús salió al la monte a orar y pasó la noche orando a Dios.
Cuando se hizo de día, llamó a sus discípulos, escogió de entre ellos a doce, a los que también nombró apóstoles: Simón, al que puso de nombre Pedro, y Andrés, su hermano, Santiago, Juan, Felipe, Bartolomé, Mateo, Tomás, Santiago el de Alfeo, Simón, llamado el Zelote; Judas el de Santiago y Judas Iscariote, que fue el traidor.
Después de bajar con ellos, se paró en un llanura con un grupo grande de discípulos y una gran muchedumbre del pueblo, procedente de toda Judea, de Jerusalén y de la costa de Tiro y de Sidón.
Venían a oírlo y a que los curara de sus enfermedades; los atormentados por espíritus inmundos quedaban curados, y toda la gente trataba de tocarlo, porque salía de él una fuerza que los curaba a todos.
Estamos ya en el capítulo sexto del evangelio según san Lucas. Jesús ya ha comenzado su actividad en Galilea y vemos que un grupo numeroso de discípulos le siguen, antes de nombrar a los doce apóstoles. Al final del relato aparece otro grupo numeroso del pueblo judío, de Jerusalén y de los pueblos costeros Tiro y Sidón, que eran idólatras. Tenemos aquí tres grupos de personas, que reconocen la salvación que obra en Jesús.
Antes de elegir a los apóstoles, que significa enviados, Jesús pasa la noche en oración. Como dijo el Papa a los jóvenes en Lisboa: “antes de ser elegidos, hemos sido amados”. Nosotros, como Jesús, también debemos orar antes de tomar decisiones importantes en nuestra vida.
Jesús sube al monte para estar más cerca del Padre y escogió a los que él quiso, cuando se hizo de día. Después bajó a un valle, para tener contacto con nuestras pobrezas y sanarnos de nuestras dolencias. Nosotros también necesitamos conectar con el “enviado del Padre” para que siga continuando su obra de salvación en nuestra generación.
None Monasterio Ntra. Sra. de la Piedad - MM. Dominicas