En aquel tiempo, el tetrarca Herodes se enteró de lo que pasaba sobre Jesús y no sabía a qué atenerse, porque unos decían que Juan había resucitado de entre los muertos; otros, en cambio, que había aparecido Elías, y otros que había vuelto a la vida uno de los antiguos profetas.
Y tenía ganas de verlo.
El evangelio de Lucas nos brinda, entre la misión de los Doce y la multiplicación de los panes, la pregunta de Herodes sobre quién es Jesús. Una pregunta que se sitúa en el ámbito de la curiosidad y es importante darnos cuenta de esto. La curiosidad puede llamar nuestra atención, pero es algo pasajero y momentáneo. La curiosidad para propiciar un crecimiento necesita de nuestra atención y cuestionamiento constante. Entonces nos encaminamos a pasar de la curiosidad a la actitud religiosa que propicia el encuentro con el misterio de la persona de Jesús. Quienes estudian el fenómeno religioso dicen que “el misterio se le presenta al ser humano como realidad suprema en relación a la realidad mundana y al mismo de la persona. No se la puede dominar, domesticar, poseer. Más bien se vive la experiencia de ser poseído por ella.” La curiosidad de Herodes solo se queda en un nivel superficial. Por eso cuando se dé el encuentro con Jesús querrá exhibirlo y manipularlo, pero no le interesará realmente conocerlo. La curiosidad que suscita una actitud religiosa busca el encuentro, se abre al misterio del otro y permite abrir el corazón a la fe. También hoy estamos llamados a dejarnos interpelar por la persona de Jesús, por sus palabras, por sus gestos, por sus sentimientos no como algo pasajero sino como una realidad que nos lleva a la trascendencia, a ir siempre más allá. Ya nos recordaba Juan Martín Velasco: “La relación religiosa es una relación interpersonal en la que el Tú absoluto se hace invitación al hombre, y con ella, posibilita la respuesta en la que el hombre se entrega para salvarse y realizarse”. Que cada día podamos crecer en esta relación con Jesús. |