Nos movemos en el balancín entre la necesidad de algo más y la certeza de un Dios-Amor que nos colme, si no sería absurda nuestra capacidad de eternidad “a Su imagen y semejanza”.
Cuando uno entra en la esfera de la Presencia de Dios, se le despierta el sentido de su vivir y el reconocimiento de Quién te da la Vida.
Así en plena Navidad, cuando Dios se nos manifiesta Niño pequeño, como yo, y a la vez te transmite la cercanía del Dios Poderoso, surge el paso siguiente: el Cordero de Dios. La cuestión va muy deprisa, porque ya no se puede parar el Encuentro que arrolla y embelesa y sigue mostrándose Cordero, el más manso y más entregado, el que se pone como mediador y asimila nuestras dolencias y carencias y las lleva sobre Él al matadero. Es el Camino, el Dios-con-nosotros el que da cauce a nuestra Salvación y Alegría, el que recibe al Espíritu para Bautizarnos en Él. Por todo esto la Navidad conlleva el gozo inmenso de sabernos salvados. Por todo esto reflejamos la Luz, la celebración, la familiaridad… haciendo el hogar para el Niño, el Cordero de Dios.
Y como Juan, demos testimonio, porque nuestras gentes tienen ansia de Dios y Él se ha acercado manso, humilde y Salvador; nos toca traducir esta realidad en la propia vida, siendo testigos, como Juan el Precursor.
Hoy la liturgia dominicana contempla con acierto y devoción, fundada en la tradición inmemorial y la importancia de venerar el Santo Nombre de Jesús. Tiene relación y consecuencia de la solemnidad de Santa María Madre de Dios, en que se incluye el Nombre para el Niño, el Enmanuel Dios-con-nosotros. Tradición muy arraigada en la Orden y su predicación, testimoniada por grandes santos, practicada por todos los miembros y también difundida en la Iglesia.
¿Qué produce en tu corazón esta cercanía del Enmanuel?
¿Cómo influye en tu Navidad?
¿Resuena en tu corazón y en tu boca el Nombre de Jesús = Dios salva?