Jesús se ha servido de sus parábolas para adentrar a sus oyentes en su mensaje del reino de Dios. En el día que nos relata ese pasaje evangélico, ya al atardecer, y podemos sospechar que cansados por la predicación que ha realizado, Jesús “dijo a sus discípulos: vamos a la otra orilla”. Y montaron en una barca para a atravesar el lago acompañados de otras barcas.
Se desencadena una pequeña tormenta, de tal manera que las olas “rompían contra la barca hasta casi llenarla de agua”. Ante este agitado panorama, Jesús seguía dormido y tuvieron que despertarle: “Maestro ¿no te importa que nos hundamos?”. Y Jesús calmó las aguas del lago y recriminó a sus apóstoles de ser cobardes y de no tener mucha fe.
La verdad es que no entendemos del todo las palabras de Jesús dirigidas a sus apóstoles… cómo no van a acudir a él cuando pueden hundirse y confían que él les puede salvar de esta situación. Una interpretación a las palabras de Jesús. Les reprocha que no tienen fe en él, que no se fían de que con él la barca y ellos no se pueden hundir. Pues esta fe es la que le podemos pedir también para nosotros. Saber que nos pase lo que nos pase en la vida, con sus tormentas incluidas, Jesús jamás nos dejará solos, Jesús nunca permitirá que nos ahoguemos, que nos veamos rotos por la vida.