Esta última llamada a un discípulo para terminar el primer capítulo del Evangelio de Juan es un relato precioso de encuentro personal con Jesús. Me gusta ver en él cierto paralelismo con María en la Anunciación. Él no acierta a comprender cómo puede proceder el Mesías esperado de aquel pueblo galileo de Nazaret, pero se fía de la palabra de quien le invita. Va a ver de quién le habla Felipe, y “ve” al Hijo de Dios, al Rey de Israel.
Entre ese “ir a ver” y “ver” acontece un encuentro. Natanael significa “don de Dios” y Jesús elogia la autenticidad y la fidelidad de este hombre ante Dios, es “un israelita de verdad”. Aún da un paso más cerca y evoca un momento cotidiano “cuando estabas bajo la higuera”. La experiencia del encuentro con Jesús se hace real en el día a día. Ahí está Dios, esperándonos con cada amanecer, en el sosiego de la jornada que termina, en cada encuentro y cada trajinar.
Salgamos esta tarde a la calle a disfrutar de la alegría y la ilusión de las cabalgatas. Necesitamos recuperar la capacidad de sorpresa y admiración de los niños. Será entonces mucho más sencillo ver en este pequeño Niño al Hijo de Dios, dejarnos mirar por Él y sentirnos aún más suyos, más hijos, más hermanos. Dejémosle leer en nuestro corazón y descubriremos a Jesús susurrándonos bien adentro: eres un don de Dios y precioso a mis ojos.