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EVANGELIO MARTES 02-01-2024 SAN JUAN 1, 19-28 SEGUNDA SEMANA DE NAVIDAD

 





Este es el testimonio de Juan, cuando los judíos enviaron desde Jerusalén sacerdotes y levitas a que le preguntaran:
«¿Tú quién eres?»
Él confesó y no negó; confesó:
«Yo no soy el Mesías».
Le preguntaron:
«¿Entonces, qué? ¿Eres tú Elías?».
Él dijo:
«No lo soy».
«¿Eres tú el Profeta?».
Respondió: «No».
Y le dijeron:
«¿Quién eres, para que podamos dar una respuesta a los que nos han enviado? ¿Qué dices de ti mismo?».
Él contestó:
«Yo soy la voz que grita en el desierto: “Allanad el camino del Señor”, como dijo el profeta Isaías».
Entre los enviados había fariseos y le preguntaron:
«Entonces, ¿por qué bautizas si tú no eres el Mesías, ni Elías, ni el Profeta?».
Juan les respondió:
«Yo bautizo con agua; en medio de vosotros hay uno que no conocéis, el que viene detrás de mí, y al que no soy digno de desatar la correa de la sandalia».
Esto pasaba en Betania, en la otra orilla del Jordán, donde Juan estaba bautizando.

                                             Es palabra de Dios

REFLEXION

Seguimos profundizando en la fe con palabras que siguen matizando ese camino de confianza en el Señor que tenemos que tener. De la palabra permanecer que se nos hablaba en la primera lectura se une, otra palabra importante: «Testimonio». De este modo, se complementa la acción de esos verbos en la maduración de nuestra vida como discípulos, que en definitiva es lo que pretende el apóstol san Juan.

Aparece la figura del Bautista como un testigo que trata de despertar la ceguera de los fariseos que no quieren reconocer a Jesús como el «Mesías» de Dios, en «Ungido», el «Dios con nosotros». «En medio de vosotros hay uno que no conocéis». La obstinación de los intereses particulares y la dureza del corazón no deja ver con claridad a Jesús el salvador.

Aparece un diálogo interesante en el texto referido al ser. En el que de una manera brillante nos habla de la identidad de aquel a quienes los fariseos no quieren reconocer como el Señor. La voz del testigo ahonda en una expresión que aparece en el Sinaí, cuando Dios siente esa ternura por su Pueblo y decide sacarlo de la opresión en la que está sumido. Dios se revela a Moisés, con una intención: «Esto dirás a los hijos de Israel: “Yo soy” me envía a vosotros» (Éx 3,14). Por eso, Juan, responde negativamente a la pregunta: Yo no soy el «Mesías», ni «Elías», ni el «Profeta»… A vosotros os falta la luz del entendimiento para reconocer al verdadero Jesucristo. Y por ello, va a emplear una expresión: «Desatar la correa de las sandalias» como una manifestación del señorío de Cristo.

En las batallas cuando los reyes importantes invadían otros reinos, para dejar constancia de su poder, al rey vencido junto con sus nobles, cabía la posibilidad de llevarlos como esclavos. Así se manifestaba la fortaleza de su poder y los vencidos tenían que hacer los trabajos serviles de los esclavos. Uno de esos trabajos era el lavado de los pies a sus señores. Por tanto, desatar la correa de la sandalia y lavar los pies como un signo de sometimiento a una autoridad superior. Esa imagen la emplea el evangelista para de una manera teológica mostrar a los fariseos su conducta errada y la falta de luz en su entendimiento.

El que está en medio de vosotros es el mismo Jesucristo, Hijo de del Dios vivo, que no reconocéis. Es el Rey de Israel y yo no soy digno ni de acercarme a desatarle la correa de las sandalias. De servir a Dios. Una pedagogía que va hilando fino para dejar claro el sentido de la fe, que en más de una ocasión andamos con la ceguera igual que los fariseos, cuando tratamos de hacernos dioses a la medida, cuando el orgullo nos hace sentirnos superiores a los demás, cuando ponemos el sentido de la fe en el cumplimiento de las leyes y dejamos de lado la vivencia del amor, cuando no queremos reconocer a Jesús que está en medio de tu vida sosteniéndola.

Fray Juan Manuel Martínez Corral O.P.
Real Convento de Nuestra Señora de Candelaria (Tenerife)