Es palabra de Dios
REFLEXION
El pasaje evangélico de ayer nos relataba la presentación del Niño Jesús en el Templo y la purificación de María para cumplir con la ley del Señor. Y vimos el testimonio entusiasmado de Simeón de poder ver con sus propios ojos al salvador. Hoy, de una manera más escueta, nos relata el testimonio de la profetisa Ana, una mujer viuda de muchos años y que “no se apartaba del templo día y noche” y “daba gracias a Dios y hablaba del niño a todos los que aguadaban la liberación de Israel”.
El testimonio de Ana debe ser también nuestro testimonio. Y hemos de hablar, siempre que podamos y la ocasión lo pida, de Jesús, el Hijo de Dios, el salvador de toda la humanidad, a los que se acerquen a nosotros como la mejor noticia que les podemos ofrecer para que le metan en sus corazones y vivan la alegría de su amistad y sean, seamos, fieles al camino que nos indica que sabemos que conduce a la vida y vida en abundancia.
Jesús, con sus padres, después de cumplir lo que la ley prescribía volvió a Galilea donde “iba creciendo y robusteciéndose, y se llenaba de sabiduría y la gracia de Dios lo acompañaba”.