El Evangelio es un espejo. Evoca en nosotros las palabras que repetimos instantes antes de recibir la comunión. En tiempos de Jesús un judío no debía entrar en la casa de un pagano y eso lo sabe el centurión que ha oído hablar de la autoridad de la palabra de Jesús.
El sabe por experiencia que la autoridad consiste en vencer las resistencias y en hacer posible lo imposible. Su experiencia se vincula a la idea de los judíos sobre el poder milagroso y creador de la Palabra de Dios.
Por otro lado confiesa su indignidad de hombre pecador. Tal vez, en un inicio llama la atención que el centurión solicita la acción de Jesús para su criado enfermo, hace gala de confianza en el Maestro y hasta tiene el detalle de evitarle ir para eludir la contaminación en la que incurría un judío al entrar en casa de un pagano.
La total confianza del centurión en el poder sanador de Jesús tiene la respuesta esperada, pero no sola la curación de su criado, sino la ponderación de Jesús que aprovecha esta ocasión para subrayar la fe del pagano y decir así que éstos entran en la comunidad de los discípulos. A la luz del texto podemos detenernos y pensar en la fe activa en Jesús Salvador y en su fuerza redentora, pensar en la confianza que ponemos en El y en su Palabra.