Somos testigos débiles. Las debilidades podríamos usarlas como excusa o podrían movernos al desánimo. Pero también podemos leerlas como un modo de evitar la tentación de soberbia y encontrar en ellas una forma de unir nuestra vocación cristiana y nuestras miserias. Es la gracia de Dios la que nos hace testigos y ella basta.
Cuando de alguien conocemos su procedencia, quién es, cuáles son su vida y sus errores, somos dados a pensar o hasta decir ¡¿quién cree este que es?! El mismo Jesús empezó a enseñar en su propia tierra, entre los suyos, y nadie creía en él. ¡Qué difícil se hace identificar el rostro de los profetas entre quienes convivimos a diario!
Fray José Antonio Fernández de Quevedo
Real Convento de Santo Domingo (Almería)