Es clara y contundente la opinión de Jesús respecto al bien y el mal. Los seres humanos estamos siempre en las manos de Dios. Podemos seguirle, podemos ir en otras direcciones, pero conviene que no perdamos de vista que los peces buenos se ponen en cestos; los peces malos simplemente se tiran. Los que vivimos en ambientes marineros estamos acostumbrados a la imagen de las descargas de los barcos de pesca. Vemos como van sacando de sus bodegas la pesca, como se distribuye en cajas según sus tamaños y clase de pez y como vuelven al mar, con gran alboroto de las gaviotas, los pescados no útiles. Esta parece ser la imagen que nos presenta hoy Jesús: los buenos al paraíso; los malos al fuego. Difícil lo tenemos si esto lo tomamos al pie de la letra. Menos mal que, como nos ha dicho Jeremías en la primera lectura, el Alfarero está siempre dispuesto a retomar el barro averiado, el que ha salido mal o se ha torcido en un momento, y comenzar un nuevo cacharro, una nueva persona renacida, de nuevo hermosa y perfecta, y si vuelve a fallar, porque nos hizo libres para equivocarnos, y somos frágil barro, recomenzará la tarea cuantas veces sea preciso, porque lo que le interesa, lo que quiere, es que todos nos salvemos. Jesús remata con ésta una serie de parábolas que en este capítulo 13, empiezan con el sembrador, sigue con la cizaña, el grano de mostaza, el fermento en la masa, el tesoro y la perla encontrados, y remata con ésta de la red. Son unas enseñanzas sobre el Reino que no conviene que olvidemos. Podemos ver en ellas, en todas, la idea que Jesús quiere transmitirnos sobre el Reino de Dios: Dios no está siempre enfadado, listo para castigar nuestros desvíos, sino, con su mirada compasiva, buscando nuestro bien, rehaciendo la vasija tantas veces como sea preciso, para que, a pesar de nuestras faltas, podamos llegar a conseguir su favor. |