Jesús, en esta parábola compara la vida de la persona con distintos tipos tierra. La metáfora de la tierra, era fácil de comprender para la gente que en su época le escuchaba, muchos habituados a las tareas del campo; no sé si a muchas personas hoy, con menos trato con la tierra, nos resultará tan cercana.
Por eso detengámonos, para poder comprenderla mejor, en el milagro del crecimiento de una semilla; cómo a partir de un solo un grano, puede producirse un crecimiento de hasta el ciento por uno, como nos cuenta la parábola.
Cuando contemplamos, por ejemplo, un trigal en plena época de cosecha, quizás no apreciamos la pequeñez de los comienzos, no descubrimos la pequeña semilla enterrada en el surco, que durante meses estuvo oculta.
En la parábola que nos cuenta Jesús, esta semilla es la Palabra de Dios, capaz de hacer del campo que somos cada un jardín lleno de frutos, lleno de vida. Una semilla que Dios ha plantado en nosotros, independientemente de la tierra que seamos. En el relato Jesús quiere hacernos conscientes de que este proceso de germinación y crecimiento, es un proceso que se realiza en el interior de cada uno; es necesario estar atentos a él a través de tres actitudes fundamentales: la escucha, como apertura del corazón a acoger la Palabra; vivir desde lo hondo, desde la profundidad y no desde la superficie; trabajarnos por dentro, abordando y enfrentando todo lo que ahoga la vida de Dios en nosotros y poco a poco nos va minando, nos va secando, nos va agotando.
Pero también la parábola nos abre a la esperanza y a la alegría, porque la Palabra de Dios está ahí, en medio de nuestro mundo, plantada en cualquier rincón de la historia; porque existe la promesa del treinta, sesenta, ciento por uno; porque el Reino es una realidad que supera siempre nuestras expectativas.