El amor misericordioso de Dios, que hemos visto en la primera lectura de Oseas, se continúa de forma explícita en el amor de Jesús, concretado hoy hacia dos personas necesitadas. Él no excluye a nadie. Por eso, entendemos que ese jefe de la sinagoga, Jairo, se acerque con confianza a solicitar su ayuda. Se postra ante Él, seguro de su bondad ante su angustia por la muerte de su hija. Al mismo tiempo, mientras va de camino hacia la casa del jefe de la sinagoga, una mujer con hemorragias desde hace doce años, se atreve a tocar el borde del manto convencida de que eso le traerá la curación. En ambos casos el milagro se produce.
La fe en Jesús hace pasar de la muerte a la vida. Él no rechaza a nadie bajo ningún concepto. A la mujer, un tanto asustada por la reacción de Jesús (“¿Quién me ha tocado?”), siente su mirada comprensiva con esa frase tan consoladora: “Ánimo, hija. Tu fe te ha salvado”. A la hija de Jairo le devuelve la vida, tras proclamar que la “niña no está muerta, sino dormida”.
Jesucristo está siempre disponible para cualquier persona atribulada. Él siempre nos espera y nos acoge, pero nos pide que tengamos fe en su persona. Y ésta es la actitud con la que estos dos personajes del Evangelio se acercan al Señor para pedirle una gracia, para esperar un consuelo, a pesar de las condiciones tan adversas que se les presentaban: la muerte de una hija y una enfermedad de toda la vida. En ambos casos, como en todos los demás, son respuestas del poder de Jesús a la fe de los que a Él se acercan. La manifestación de su poder se corresponde con la intensidad de la fe de los que llegan hasta Él.
El punto clave de este pasaje no es otro que la vida. Tanto la mujer enferma de hemorragia, como la niña muerta, tienen necesidad de la vida. Jesús ha venido a traer vida y vida abundante (Jn 10,11). No es necesaria solo la vida material, sino la otra más profunda, que abarca a toda la realidad personal y que identificamos con la vida espiritual. Por eso, hemos de acercarnos a Jesús conscientes de que Él es “camino, verdad y vida”.
¿Cómo es tu relación con Dios? ¿Solo acudes a Él cuando estás pasando un mal momento o mantienes con Él una relación de amistad a diario? ¿Qué buscas en esa relación?